Mis Goyas

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Yo los considero mí­os, durante un mes casi lo fueron. Trabajaba yo en una gran empresa, hoy desaparecida, que tení­a una fundación y era propietaria de cuadros de gran valor, entre ellos estos dos de Goya. Un buen dí­a se le iluminó a alguien la bombillita e ideó hacer una exposición en el sótano de la casa con lo mejorcito de su pinacoteca, habí­a algún cuadro de Viola, Rusiñol, Sorolla, y estos de don Paco. Un mes estuvieron expuestos en ese sótano, muy elegante para la circunstancia, de nueve a dos de la mañana, luego se cerraba. Y al cerrar al público bajaba yo allí­, ya que en el mismo sótano, contiguo a la exposición habí­a una puertita que daba a la biblioteca de la empresa, de la que era bibliotecario titular de dos y cuarto a tres de la tarde este que suscribe.
Naturalmente, no hubo biblioteca más desatendida durante ese mes. Me pasaba los ratos muertos mirando los cuadros, todo el sótano para mí­ solito. De cerca, de lejos, de refilón, a un centí­metro. Junto a estos habí­a también un jardincillo de Rusiñol, que no he localizado, en que te sumergí­as si lo mirabas cinco minutos, y que también de cerca parecí­a una viñeta de cómic y de lejos una fotografí­a exacta y detallada. Me aprendí­ esas pinceladas gorrrrdas de Goya que de cerca parecen un manchurrón y de lejos se transforman en un botón, en un labio, en un ojo. Hay una sombra en una manga que es un único brochazo que parece hecho a mala leche, luego te separas y cobra color, intensidad de luz, naturalidad, vida. No las toqué ni se me ocurrió, aunque bien podrí­a haberlo hecho, las miraba con admiración, con emoción, con la baba caí­da.
Las caras de esos dos personajes te dicen cómo son, hasta el perrico está retratado con su carácter además de con su colita mocha y su hocico brillante. La empuñadura de la espada de don Pantaleón es un auténtico churro a menos de un metro, la espada en sí­ son cuatro pinceladas inconexas, ni siquiera son rectas, pero te alejas y ahí­ está la espada que adquiere peso y contundencia y brillo y carácter de espada de relumbrón. Las hombreras son, de cerca, realmente indescriptibles… cualquier cosa; y el pelo… parece que se volvió loco limpiando el pincel en el lienzo, pero luego se ven distintos cabellos, reflejos, volumen, hasta se adivina el viento que los ha despeinado.
Cada vez que me encuentro con una foto de estos cuadros en cualquier lugar me dan ganas de decir: Mira, mis Goyas.

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