Oficios de hoy

Tras disertar sobre aquellos oficios, la mayorí­a hoy desaparecidos, veo que le han cedido el turno a otros de nuevo cuño, pero quizá quienes se dediquen a estos o aquellos sean la misma especie de gentes. Pero investigar, o aun pensar en eso, serí­a meterme en profundidades que me niego a sondear.

El butanero
El más antiguo y quizá el más esforzado de todos. El butanero es un mozo fornido, acostumbrado a manejar las bombonas con suficiencia y desparpajo. El butanero es un ser mí­tico que va de puerta en puerta satisfaciendo la lujuria de las amas de casa y, encima, se lleva una propina. Además deja el camión mal aparcado y parece que los guardias le den bula, porque piensan que tiene disculpa con ese quehacer suyo.

El patatero
Es el camionetero por excelencia, con su camioneta llena de sacos de patatas y su altavoz, va pregonando a tanto la bolsa y a tanto el saco de patatas por los barrios populares de las grandes ciudades. Es adalid de la venta sin intermediarios, aunque tiene el inconveniente de que allí­ deja a la señá Marí­a con un saco patatas de treinta kilos, en una esquina, que baratí­simo, oiga, pero a ver cómo lo mueve.

El motorrepartidor
Trabaja por cuenta ajena transportando las comandas de los niños de familia pija, los solteros cerriles y las parejas que vuelven a casa y se dan cuenta de que no tienen cena. Coinciden en llegar siempre mucho más tarde de lo que avisaron y con la comida frí­a y la bebida caliente, llaman a la puerta de al lado despertando al vecino guardiacivil y a su criaturita de cuatro meses, se les ha mojado la caja de cartón aunque no llueva, y cuando vas a abrir la cocacola, salta manchándote las paredes como si hubieras metido la lata en la lavadora. Exige propina, sabe dios por qué…

El clinero
Te mete por la ventanilla del auto, en cuanto te descuidas, una mano sucia con las uñas negras sosteniendo unos paquetes de clines al precio de la voluntad, siempre que la voluntad sea superior a un euro por paquete, lo que te deja en tan sólo diez céntimos el clin y el estornudo, asi que si pillas un resfriado puedes tener que vender el coche para pagar pañuelos. Se enfadan si sacas un pañuelo de tela de los de toda la vida ¡Qué es eso!

El farolero
Por regla general es un inmigrante que al fin ha conseguido un carnet de algo: ¡de vendedor de La Farola! El periódico que habla de lo mal que lo pasa el que te tiene que vender ese periódico.

El limpiacristales
Quieras que no, y más vale que quieras, te limpia los cristales aunque sea a escupitajos. Que no limpia, claro, no sabrí­a limpiar un cristal echándole diez minutos, como para hacerlo en los quince segundos que tiene mientras te rascas el bolsillo para que no te rompa un limpiaparabrisas a mala leche o te raye la carrocerí­a con el cubo.

El chino de la bolsita
Esto sí­ que es novedoso y marquetinguero a tope. Andaba yo Gran Ví­a madrileña arriba y abajo cuando reparé en que en cada esquina habí­a un chino, o china, con una bolsa de plástico de las de supermercado esperando a alguien, o un taxi o algo así­. Pero caray, eran muchos chinos esperando taxis, y aquello me llamó la atención. Hasta que de repente vi salir de una bocacalle oscura y estrecha a un individuo con pinta de fascineroso, que se llega a una china de esas y le espeta «¿De qué tienes?» Y la china, abriendo la bolsa deja entrever una docena de bocadillos envueltos en papel aluminio, le fue diciendo que este de queso a tanto, el otro de chorizo, el otro de choped… ¡Y eso en la puerta de un MacDonals!

El llavero
Sólo existe en las grandes ciudades de tráfico masificado y con problemas de aparcamiento. Lo descubrí­ un fin de semana que me hospedaba en un céntrico hotel de Madrid. El lunes por la mañana, al ir a marcharme, observé horrorizado, que toda la calle, pero toda toda, estaba llena de coches aparcados en doble fila, y el mí­o estaba atrapado totalmente por un volvo. ¡Y ahora qué hago yo! Al acercarme al coche secuestrador vi que dentro llevaba un cartel que poní­a algo como «si le molesta vaya al taller Fulano en la calle tal número tal» Miré y vi que era esa calle y el taller fulano aparecí­a en un cartel a pocos metros. Llegué y vi que era un localillo en el que apenas cabí­a un coche y donde sólo cambiaban ruedas y aceite, pero eso sí­, tení­an tooooda la pared llena de clavos con un letrerito con matrí­culas y llaves ¡de los coches que guardaban! Buenas, que me estorba el coche tal. Ahora se lo quito, cogió las llaves, y me lo quitó. Gracias, chau. Lo que no inventen…

El repartepapeles
Está por las esquinas dando papelitos que recomiendan tal o cual cerrajerí­a, o que entres a comer en ese ristorán, o que subas al primer piso, donde venden chaquetas de ante a precio de risa. También va de casa en casa dejando su papelillo en tu buzón, como dejan su cagadita las palomas. Nadie les hace caso ¿De qué viven?

La patinadora
La patinadora es una adolescente crecidita, con largas piernas y mucha desenvoltura, que discurre veloz por entre las filas y filas de expositores de los hipermercados. Ora busca precio del bote de tomate de oferta, ora trae monedas de cambio, ora devuelve la compra de la señora que no le va la tarjeta. Las patinadoras se ve que mueren jóvenes, no he visto ninguna patinadora de mediana edad. Será por lo arriesgado del oficio.

La promocionadora
Las hay de tipo niña con su primer trabajo y señora recién separada sin oficio ni beneficio. Visten traje de holandesa si hay que dar quesitos a cachos en una tabla; o de botella de Tí­o Pepe si dan chupitos de vinazo en tetrabrick; o de chica de alterne si te dan a probar lo último en salchichas del señor Mayer. Aún recuerdo a aquella que, embutida en un traje tí­pico de centroeuropa, de ceñidí­simo y aparatoso escote, iba diciendo a quien se le acercaba, con beatí­fica candidez ¿Quiere una de estas? Dios las bendiga.

El mantero
Puede pertenecer a casi cualquier paí­s y etnia, van en bandada por nuestras calles y plazas y no tienen empacho en hacerse la competencia unos a otros, vendiendo exactamente lo mismo uno a un metro de otro, y todo al mismo precio: al que te puedan sacar. Empezaron pegando mucho los vendedores de cedés, que llegaron a imponer el top manta en las preferencias musicales de los jóvenes; pero ahora pierden peso ante la competencia abusiva de internet. Muchos se quejan, sí­. Nunca he comprendido cómo alguien puede fabricar aún esos relojes, esos cinturones, esas gorras de visera. Curiosamente, les compran mucho los abuelos y las amas de casa.

Ver «Oficios de ayer»

5 comments for “Oficios de hoy

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.