A favor de las rubias de bote (qué remedio…)


Uno puede esforzarse (aunque yo no mucho) en escribir algo profundo, meritorio, que mueva las conciencias de los lectores, que conmueva sus ánimos, pero lo que realmente les moviliza es que les toquen «lo suyo». Escribo una diatriba contra las rubias de bote y zas, me ponen a bajar de un burro ¡nunca habí­a tenido tal éxito!. Siguen asaltándome las dudas, de otra í­ndole esta vez: ¿será por haberme metido contra las rubias, o será por haberme metido contra algo? Cuando uno va contra lo que sea, siempre encuentra más reacciones que cuando se pronuncia a favor. Que voy contra las rubias, pues las rubias se quejan y las morenas jalean. Parece que cuando uno va contra algo, aquello se vea más definido. A favor de algo se puede ir de mil formas, y cada uno tiene una idea distinta de cómo conseguir una cosa, pero en contra vale lo que sea, insultos, pedradas, balazos, ahí­ somos todos una piña. Igual es cuestión de sacar una nueva sección que se llame «Contra esto y aquello». ¿Con qué conseguiré más adeptos? ¿Contra la regla? ¿Contra la alopecia? ¿Contra la zona azul? ¿Contra la subida del IPC?
Reconozco que me equivoqué, no debí­ hablar contra las rubias de bote, al fin y al cabo qué hacen ellas sino contribuir a alegrarnos la vida, a darle mayor color al entorno, a dotar de variedad las relaciones. Sí­, hoy, dolido y arrepentido por mi relación apresurada, por mi liviano sopesar de algunas circunstancias, se ha hecho la luz en mí­, y veo con claridad. Reniego de mis palabras de ayer, y pues rectificar es de sabios, pero sobre todo es de equivocados, yo rectifico. Si desde tiempos inmemoriales se loa a las rubias es, sin duda, porque su contribución a mejorar la estética femenina es portentosa. Esas cascadas de pelo dorado, esas melenas de cerveza o miel, esas trigueñas, esas impactantes rubias platino jolivudenses, esas peligrosas pelirrojas, qué mosaico de cabellos coloridos. ¿No pintamos las paredes? ¿No nos vestimos de prendas vistosas, alegres y nos enjoyamos? ¿Pues por qué ha de ser dañino ni ha de denotar poquedad de carácter algo tan inocente como teñirse el pelo? Antes bien, el marido no sólo no ha de desconfiar de su esposa porque esta se tiña, no, sino que ha de agradecerle que se arregle y engalane, y que esté pendiente del cuido de su aspecto. Las rubias de bote deberí­an estar subvencionadas por el estado, es más, creo que en Francia, que cuidan mucho esto de la promoción de sus tópicos patrios (la mujer, la cocina, el tour, el europeismo) los botes de teñir rubias gozan de una exención de impuestos, por eso han inventado expresiones como «connaisseur», «bon vivant» o «voyeur» para distintas calidades gustativas. Además, en España, paí­s de bajitos y morenos, deberí­a potenciarse muy especialmente lo rubio para salirnos de la rutina visual. Qué voy a decir yo sin tirar piedras a mi tejado, cuando tengo el pelo de la cabeza castaño, la barba entrecana y el bigote rubio. Si, voto a favor de la rubia de bote, de la platinada de bote, de la pelirroja de bote, de la morada de bote si fuera necesario, qué mejor marco para una belleza femenina que aquel color de cabello que mejor le cuadre. ¿Por qué limitarse al mismo monotono color de pelo toda la vida? ¡Si hasta han sacado lentillas de colores para variar el de los ojos, y hete aquí­ que unos ojos pardos trasmutan en garzos o glaucos por obra y gracia de la cosmética. Rubias, vengan rubias, con sus botes de tinte rubio en la mano, y sus ganas de agradar a la sociedad y hacerla más amable y llevadera.

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