Categoría: Audiciones

Pan

yo no comprendo el pan pero lo como el pan es un misterio en una mano en que concurren las lluvias y los soles cómo será que se confundan tanto cómo será que todo se comprime y penetra en la…

Dos mil gatos

cuando me miras te miro y nos miramos la carne tibia y el lento recorrido de un dedo sobre el vientre estremecido y tememos hablar y nos callamos en la ventana ascienden los planetas por la alfombra navegan los zapatos…

Donde cuento, sorprendido, que vivo en mi propia estación

qué hago yo con toda esta primavera dentro
si miro fuera y ahí está el otoño con sus hojas caídas y esa niebla gris y fría
qué hago yo
y cómo disimulo estas raíces pujantes en mi vientre
estas flores que casi me rebosan la camisa
estos frutos que apenas hallan acomodo en mis bolsillos
la tristeza es una gabardina que uniforma a los paseantes
y yo en mangas de camisa sonriendo
y qué hago yo con este cielo surcado de palomas
con las campanas y los cañaverales
tan llenos de libélulas
y esos goterones de tormenta que me calan
de tormenta fresca que escampa casi cuando cae
y lleva un olor a nuevo
-el verde huele así-
todos me miran bajo su sombrero
sobre su bufanda
con un escalofrío y un alzarse el cuello como abrigándose
o protegiéndose
es uno de esos meses que son el felpudo de otros meses
esos que hay que pasar pisar para llegar a otros que estamos deseando
los meses de bonanza y de renuevo
es uno de esos meses que sobran
que sabes que olvidarás apenas lo transites
y se desnudan los árboles y se ponen gruesos jerseys los escolares
los tristes escolares cabizbajos en enjambres
y mientras yo
con esta risa que no me cae del alma
con este ardor con este reactor en los pulmones con estas ganas de salir volando
la sensación es de que puedo
bailar abrazado a las farolas
cantando bajo la lluvia
mientras desde la oscuridad me miran los ojillos temblones del vecindario
espectadores reacios de la maravilla
más ajeno que nunca a los asuntos los otros las noticias
el horizonte de telediarios
me muevo por los barrios interiores del sueño silenciado
del sueño que no atreve
y muere y se convierte en una basurita en un aborto
que cargan tantos a la espalda en pardas bolsas de saco
navego por los mares de los libros
y libo las sonrisas de los niños de los viejos de los enamorados
como una abeja feliz emborrachada
y voy de boca en boca de dulce ensalivado
cantando como rana en charco
cantándole a la luna mi alegría
cae el otoño como piedra en estanque como bosta de vaca como tapa de féretro
y mírame
que puedo reventar como un millón de claveles
qué hago yo con tanta primavera dentro
dónde meto este sol este bullicio estos truenos esta bandada de alondras este torrente
este amor que me primaveriza

Relevo

Dichosos son aquellos que, amanece,
se sienten compartidos en el lecho
y excavan en las sábanas el goce
de la lisura blanda de otro cuerpo.
A estos que el día resucita en calma
y van de dos en dos por su sendero
no puede sino abrírseles las puertas,
guardarles el paraguas y el sombrero
y verles manifestar por las esquinas
el don, que a otros se niega, del misterio
antiguo viviente en los rescoldos,
de la sangre que fluye por el tiempo.
Despiertan en el lazo de los rizos,
el hueco de la sal humedecida,
las tibiedades mansas del suspiro.
Tienen raíces de árboles de carne
y tienen semilleros de jacinto
y embalsan su cabello en una arcadia
de futuros torrentes matutinos.
Los altos ventanales a que asoman
a un horizonte dan de bosque y nube
donde un clamor vibrando ya comienza,
gana sonoridad y sube y sube,
hace bailar la espiga en la llanura,
inclina al agua el junco. Hay un perfume
eléctrico de ozono y de tormenta.
El corazón es un panal que bulle.
Son jóvenes, caminan de la mano,
aún me causan asombro y maravilla
y ganas de auparles, de darles de beber
el agua fresca que mana de mi herida.
Seguid, seguid, amantes, cara al viento,
pintan las rosas y canta la gravilla,
hermosos como ciervos, inocentes,
descubriendo la tarde y su vigilia.
Qué saltos mi latido en la mirada,
qué larga la esperanza que camina
las trochas sin abrir, las nuevas sendas
que auguro en mi jornada que termina.
Qué paz aquí a la sombra de mi alero.
Qué calidez de ocaso. Qué alegría.

Tomás Galindo ©