Chuntachunta


«No me vayas a engañar, di la verdad, di lo justo, que a lo mejor yo te gusto y quisás es bien para los dos…» Estaba yo oyendo a don Antonio cuando de repente me sacude un golpe de chuntachunta discotequero, un chorro de decibelios que subí­a de un coche justo debajo de mi ventana. No era música, era sonido. Eso es, me dije: no es música, sino sonido. O sea: lo que se oye ahora en las discotecas es sonido no armónico, con el fin de impactar, de mover, de provocar en la mente, mediante el sólo impulso fí­sico del sonido, creando un vací­o de pensamiento. Que el ruido no deje pensar. Si a ello unimos los movimientos espasmódicos y sincopados que se ven impelidos a realizar los afectados por la desproporcionada onda sonora, nos encontramos con la gente en un estado de nirvana ficticio, de no ser, un estado de ausencia total de uno mismo provocada somáticamente. La leche. Cada dí­a son menos los temas (ya no son canciones, sino temas) que llevan una letra inteligible. Como mucho son salmodias, sonsonetes, melopeas repetitivas, mensajes que inciden también en el pensamiento a puñetazos, penetrando en el cerebro disparados como balas por esa música horrí­sona. Nada más alejado de la letra dotada de fundamento que se imponí­a entre los jóvenes en épocas pretéritas, como las letras jipis, las de los cantantes protesta o concienciados por tal o cual cosa; cosa con la que podí­as o no estar de acuerdo, pero que te daban en canciones con su exposición, su nudo y su desenlace. Ahora el mensaje es el chuntachunta, es un no en mayúscula y sin más razón que su propia existencia. Por eso los temas no perduran en el tiempo un minuto más del comienzo del siguiente, por eso abundan los diyéis que mezclan a su aire y proporcionan más sonido variado, el personal necesita oí­r más y más temas para pensar que no son idénticos. Porque el ruido es ruido, y su única superación es estar dotado de alma audible. Y no es el caso. El chuntachunta no la tiene, o si la tiene es como la del hormiguero, donde todas las hormigas piensan con la misma cabeza, formando un animal con un sólo instinto y miles de patas.

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