Contra las bragas de tirilla.

De cuantos inventos discurre Satanás para incomodarnos la existencia no hay uno que dé mayor repelús que el de las bragas de tirilla, también llamadas «tanga». Además de lo que debe de incomodar a quien lo porta tener metida por la hendidura nalgar la tira de tela, y ese escaso triángulo que apenas tapa la otra hendidura, cuando no se menea y se va para un lado hecho un gurruño; ese impúdico ropaje, esa prenda que es la menor cantidad de ropa que merezca tal nombre, está causando irreparables daños en la libido masculina. Este pueblo de culibajas y anforiformes, de panderos que son solaz de albañiles y comentario de junta de vecinos; este hembraje de posaderas magní­ficas, necesita de una brida que guí­e tan mórbidas carnes, de una cincha que ciña panderos tan explosivos.
Defiendo, pues, el uso de aquellas bragas antepasadas, blancas de muchacha inocente, negras de señora apetecible, de cariñoso y tierno algodón, de raso prometedor; aquellas bragas hasta el ombligo por las que metí­as la mano y cabí­a entera; con sus puntillicas coquetas, que si era la de puntillicas ya sabí­as tú que te habí­an puesto el semáforo verde; aquellas bragas Princesa con su evidente costura y su refuerzo conejil; aquellas bragas tersas, prietas, duras, impellizcables, bragas para culos importantes. Ay, aquellas bragas que eran como bolsillo para mano de novio, acogedoras y cálidas ¡mucho mejor que un cucurucho de castañas asadas, dónde va a parar!. Con aquellas bragas una mujer podí­a ir vestida por casa, y a la vez fresca y veraniega, con sólo su vestidito floreado o su bata. Con aquellas bragas podí­a una mujer visitar a su médico sin desdoro para el honor, y coquetear con sus pretendientes sin cargo de conciencia, porque con aquellas bragas una se sentí­a protegida de sus ataques rijosos; aquellas bragas, bien usadas, eran una barrera impenetrable contra las maniobras y pretensiones masculinas más tozudas. Con aquellas bragas y una jaqueca, una mujer se convertí­a en bastión de sí­ misma.
¿Qué puede quitarse una cuando sólo lleva una braga de tirilla? ¿Qué se puede dar cuando no se tiene? ¿Qué se puede mostrar cuando la ropa más que velar enmarca? Las bragas de tirilla no son sino una minucia, para culitos modernos de niña pija; culitos que no son de buen asiento, sino para apoyarse en taburetes de pub, en motos y en bordillos de acera. Las bragas de tirilla son para bailar a saltitos y para mear en callejones traseros. Las bragas de tirilla son para echar polvos sin prolegómenos, polvos deportivos, polvos con condones de colorines, polvos mascando chiclé; qué lejanos de aquellos otros con cama de hierro y sábanas de hilo bordado, aquellos polvos que empiezan poniendo del revés al Sagrado Corazón de Jesús para que no nos mire inquisitivo, y que acaban haciendo anillos con el Ducados, la almohada doblada en la espalda, los dedos entrelazados y las bragas colgadas de los barrotes del cabecero.
Un buen culo macizo multiplica su valor cuando está a duras penas contenido por unas bragas tensas como piel de tambor, entonces suenan las palmadas dadas en él mejor que la filarmónica, añadiendo al regalo del ojo y el tacto ese otro del oí­do, tan ameno y de tanto entretenimiento. Las bragas de toda la vida son un producto lúdico legado de nuestros mayores, que ejercí­an lamineros los placeres venéreos, sin prisas, saboreando los procedimientos y deteniéndose morosos en cada esquina del cuerpo femenino, deleitándose en cada lunar y palpando y sopesando cada mollita apetitosa.
Volved, mujeres, volved al uso de este producto patrio imperecedero, muestra y ejemplo de pubis familiar y de culo como de andar por casa, vuestros chichis y vuestros hombres os lo agradecerán.
(A Su, por la inspiración)

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