El genio de los demás

Estaba pensando, ejercicio que hago muy de vez en cuando, en cuánto nos aprovecha, o nos disloca, depende, el genio, el humor, la buena o mala leche de los demás en un momento determinado. Nada peor, dicen fuentes generalmente bien informadas, que el que te examine una profesora que tiene la regla. Esta cientí­ficamente comprobado, que una profesora con la regla puntúa entre un 10 y un 15% menos que si no la tiene ¿hemos de ser sujeto paciente de tamaña desigualdad? Hemos. No es lo mismo, no, ni mucho menos, que te juzgue un juez que venga bien follao de casa, que uno al que la parienta lleva unas noches rechazando porque tiene jaqueca. Esto del sexo de los demás es algo de muchas y muy evidentes interacciones con uno mismo. Aquellas personas que en su oficio o en su función deban sopesar el ingenio, la inteligencia, el buen o mal hacer del prójimo, no deberí­an padecer cambios bruscos de carácter, que motiven de forma extraña los entresijos de sus pensamientos. Recuerdo cómo cambió cierto profesor de gramática que tuvo un hijo, animalico, que por las ojeras que le ocasionaba, no debí­a darle un momento de reposo. Bueno, pues cuando le nació el nene estuvo un par de dí­as que todo nombres propios y comunes, o preposiciones, algo trillado; pero al poco, se ve que cuando se le fue acumulando sueño y mala uva en el organismo, no salí­an de su boca sino verbos defectivos, versos proparoxitonantes, sinécdoques, y la de dios. Menos mal que era maestrillo de crí­os, si llega a ser juez, ese se lí­a a fallar condenas con agravantes a todo pasto.
Una amiga mí­a maestra me decí­a que ahora avisaba a sus alumnos de su estado, y que le llevaban la cuenta y se aplicaban cuando caí­a evaluación estando reglosa, por si acaso, no querí­a ser más severa que de costumbre, pero avisaba. Quizá en un futuro no dejen entrar al congreso a los diputados que lleven varios dí­as sin echarle un quiqui a la parienta, por temor a que se encieguen y obcequen con las cuestiones más lenes; o a las señorí­as que lleven mal el periodo y propendan a votar lo que resulte oneroso al ciudadano a mala leche. Que usted, juez, lleva mal lo de la próstata, pues nada, ha de inhibirse en los juicios. Que usted, guardia, se ha encontrado al marido en el lecho con otra… pues nada de coger la porra y el talonario de multas y liarse a sancionar a todo el vecindario. Que usted, examinador de conductores, se ha corrido la juerga de su vida con una señora estupenda… pues hoy no examina, porque va a pasar por alto los semáforos en rojo que se salten, o que se suban al bordillo.
La cuestión aní­mica hace gran estrago en el intelecto más capaz, y lo mismo te deja a un sabio babeante, que aguza la poca listeza del tonto. Dicen los franchutes que somos lo que comemos, pero no para ahí­ la cosa, que hay mucho que meterse entre pecho y espalda amén de la jalancia. Por esa regla de tres, también somos lo que dormimos, lo que nos duele, o lo que follamos.
Los orientales van por ahí­ con una mascarilla en la cara si tienen catarro, para no contagiar al personal. Quizá convendrí­a que llevásemos un distintivo de nuestro estado aní­mico: «contentillo», «estreñido», «salido», «reglosa», «OJO-Dolor de Muelas»… etc…

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