El poeta

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Oh, le creí­mos muerto, pero estaba
encuadernado en rústica y diciendo
aquello que sabí­a por tan sólo
un dinero con que pagar a plazos a la musa
su tránsito del tiempo.
Qué magia trascender lenguas y edades.
De qué modo, cuando la mano roza y siente una piel,
muerta luego la piel y la mano que la amó,
esa misma mano muerta ha sabido legarte la caricia.
Qué oficio este de albacea de la emoción
y testamentarí­a del sentimiento.
Tomás Galindo ®

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