El sol

El sol, aun mortecino, deslumbra.
Hacia el crepúsculo caminamos,
cansados, sin apenas mover los brazos,
al hombro un equipaje pesado.
El silbo del caminante ya no suena,
aquella grata canción que aliviaba
fríos y calores, tormentas y vendavales,
calló, y es monotonía de la pisada en la grava
una y otra vez, discordante ruido.
El alegre chirrido del grillo
quedó atrás con los verdes pastos,
como el zumbido de la dorada obrera.
Qué mínimo reflejo de sol cargó la abeja
y se llevó con ella a nuestra espalda.
Dan ganas de dejar la carga,
de quitarse la camisa y de exponer las carnes
por un minuto al frío que acobarda,
porque uno sabe que crea su calor,
su propio calor, con el paso cansino e incesante,
y que el cansancio abriga
y que parar es rendirse al frío y al camino.
Hacia el crepúsculo,
buscando una respuesta,
pero sobre todo
buscando una pregunta.
Dime ¿tú recuerdas cómo era el amor?
Para quitarse el lastre y dejarse vencer y descansar
tiritando de frío,
sonriendo
al fin.

Tomás Galindo ©

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