La Chon

La Chon no tiene papel para el culo.

La Chon, Asunción Jiménez Canencia, alias eso, la Chon, tiene un problema de suministro de papel higiénico, por culpa de su compañera de chabolo, la Sinti, Cinthya Restrepo, alias Sinti o Sinti la desteñí­a, que parece que se le come el papel. La Chon está en el módulo dos de Alcalá-Meco, un sitio duro, como ella, donde van a parar atracadoras y delincuentas (ella dice delincuentas) de las de armas tomar y alguna que otra pavisosa como la Sinti, que no se sabe muy bien qué pinta allí­. A la Chon, entre una cosa y otra le cayeron dieciocho años, todo ello por culpa de la lentitud de la justicia, porque la tení­an que haber metido antes en la cárcel y así­ no habrí­a seguido atracando y engordando la condena (todo este razonamiento también según ella) (Y, ahora que lo pienso, también mí­o, parece de cajón ¿no?) Cuando yo la conocí­ llevaba una media por la cara, pero no le disimulaba nada de nada, sólo le hací­a más fea esa cara de sopera que tiene, agitanada y con la nariz de boxeador, de la que sólo destaca una risa muy alegre con dos dientes sobre fondo negro. Hizo que me tirase por los suelos y me dio el susto de mi vida. Eso sí­, la Chon siempre ha tenido una gran presencia de ánimo, o un par de ovarios, y una cierta propensión a las formas; estaba atracándome y mientras metí­a el dinero en una bolsa le echó un trago a una botella de coca-cola que habí­a allí­ abierta, y dijo -«Gracias, eh», y siguió apuntándonos con la recortada. La Chon llevaba casi dos años en busca y captura cuando la cogieron, y no la cogieron porque la buscaran, lo de estar en busca es una expresión, no un hecho, o sea, a los que están en busca no los buscan realmente, sólo los tienen apuntados por si aparecen de alguna manera.

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El marido de la Chon se le quedó una noche tieso por un fallo hepático, empezó a ponerse amarillo amarillo y llamó a la ambulancia y se lo llevaron, pero a la media hora salió el médico de la habitación diciendo que «el chico este está muerto ¿era algo tuyo?» Y entonces la Chon se dio cuenta de que no, de que no era nada suyo, que apenas llevaba un año con él dando palos y viviendo en una casa en un pueblo que la policí­a no tení­a controlada. Y se marchó. Con el siguiente le fue peor, como marido era un asqueroso que le decí­a que si no era mejor que se pusiera de puta que eso de dar palos era muy mal asunto, y como cómplice resultó ser un desastre, por eso los cogieron, por eso y porque el otro estaba cagado, que valí­a para chulo y para vivir de una mujer pero no para el trabajo. El caso es que fueron a atracar una sucursal de una caja, y él llevaba la recortada y ella una astra que no tiraba porque estaba encasquillada de siempre, pero daba el pego porque era de verdad al fin y al cabo. Cuando acababan de entrar en el banco y antes de decir lo de todos al suelo, va el memo y se pega un tiro en el pie, catapún, la de dios, dos dedos a tomar por saco, él más blanco que el queso de burgos, un cliente que se desmaya y se abre la cabeza contra el suelo al caer y los del banco escondiéndose detrás de las mesas. Así­ que ella le tuvo que decir al otro que ahí­ te quedas mundo amargo y el tí­o se fue dando saltitos hasta un sofá y tapándose el pie con el pasamontañas que llevaba puesto para taparse la cara. Y ella cogió el coche, que ni siquiera tení­an a otro que los esperase y habí­an dejado el coche al volver la esquina, y se largó, pero con los nervios y porque no era ella la que solí­a conducir, a lo que quiso darse cuenta tení­a un zeta detrás, se salió de la carretera en una curva y menos mal que no se hizo nada. Encima se jamó dos hostias de un poli que tení­a la novia trabajando en ese banco y se habí­a puesto también nervioso. El caso es que, como ya la tení­an pillada, la presentaron quieras que no al juicio que tení­a pendiente por lo de mi atraco, que no conocí­a ni al abogado. Y va y me pregunta a mí­ el abogado que si identificaba a la mujer que me atracó, y yo le digo que sí­ que es esa, la Chon, y él que cómo puedo acordarme casi dos años después de aquello, y yo que coño, si todaví­a lleva mi reloj, con mis iniciales y la fecha de mi boda por dentro, oiga, y la otra se echó a reí­r y dijo hostia es verdad. No se acordaba nada de cuando me atracó, sólo del reloj, que le habí­a gustado. Aquella fue la primera condena ya fija que le cayó y ya la trasladaron a Meco, luego todas sus salidas fueron a los distintos juicios que tení­a pendientes, y cada vez que salí­a les decí­a a las chicas que iba a volver con cuatro o cinco añitos más de sentencia. La Chon tiene novio y novia. Novio fuera del talego, el Miguel de los Santos Garay Flores, alias «el Conguito» porque es pequeñito y muy negro, y novia dentro, la Patricia Magalluf Boix, alias la Nena, cuya historia darí­a también para una novela. El novio viene a verla cada dos meses o así­, al metisaca, y le trae ropa, embutidos, chocolate y alguna papelina de estrangis. El novio tampoco es que sea novio, pero se conocen de hace mucho, es uno que tiene un piso y alquila habitaciones a chicas, y a ella le guardaba la ropa y algunas pertenencias. Cuando la pillaron fue a verla y le llevó la ropa y ya quedaron en que irí­a volviendo y ella lo declaró como novio. El Conguito le pasa alguna papelina y ella las corta y las vende, no todas claro, alguna se la queda para consumo propio. Antes el Conguito le escribí­a, no le decí­a nada pero entre el sello y el sobre metí­a media dosis de heroí­na, y eso que se ganaba, hasta que los funcionarios se lo olieron. A ella no la cogieron, pero cogieron a la Isidra López Adelanto, alias Sisí­, que se carteaba con un hermano menor de edad, por si acaso. Las presas, o sea, las reclusas, o sea, las residentes, que dicen las funcionarias, son muy dadas a la relación epistolar, a falta de otra, claro, a la fuerza ahorcan, así­ que van siempre mangándose sellos, sobres y papel de escribir, y pintando orlas para las cartas de sus enamorados, y poniendo besos pringosos de carmí­n como firma. También son propensas a expresarse con absoluta libertad y de forma un tanto bajuna (como es de esperar entre gentes de baja extracción) en lo relativo a la cosa sexual. Así­ la Chon le dice al Conguito que la próxima vez se la va a meter hasta los huevos porque anda salida. Y se queda tan fresca y le parece la mar de bonito. La Nena, que tiene estudios, le dice que hay que ver lo burra que eres, hija. La Nena se escribe con un profesor de gramática que tuvo en el instituto y que se ve que tiene una vena no sé si filosófica o misantrópica y ejerce, o eso pretende, de espí­ritu benefactor con su exalumna. Como le cuenta cosas de gente conocida y de antiguos amigos de colegio, la Nena siempre anda espantada; que si la tonta de la Isabel González se ha quedado preñada cuando le faltaba un año para acabar la carrera, la cacho puta, que seguro que fue a la universidad a pillar marido; que si el Jordi Plou se ha ido a Irak de boina verde, mira tú, que es un tí­o que no tiene dos bofetadas y que lo coge la Chon, o hasta la Nena y le sacan los hí­gados. La Nena iba de rebelde desde pequeñita, los padres andaban muy en sus trabajos, y separados, y ella empezó a fumar y a beber a los once años, a los doce cayó el primer porro y la primera mamada, y a los catorce la metieron en un colegio especial sus padres cuando la sacaron en coma etí­lico del hospital. Pero no les sirvió de nada porque en una escapada que hizo del colegio se metió tal cantidad de anfetas que le tuvieron que frotar el estómago con carbón para dejarla medio bien. Así­ que los padres empezaron a pasar de la hija, la hija de los padres, y a los dieciocho se ganaba la vida vendiendo pastillas de éxtasis en las discotecas. En una de estas la pillaron con la mochila llena, haciendo de camello para un amigo, y no se le ocurrió otra cosa que atizarle a un madero con la Play Station en un ojo y saltárselo. Le cayeron ocho años por buenas composturas, porque el padre le pagó un abogado.

Desde entonces ni su madre ni su padre han ido a verla, ni ganas. Y ya le han dicho que está desheredada y que es todo para su hermana pequeña, que ha salido decente y formal. A la Nena de vez en cuando le entra una morriña muy rara y acude al lado de la Chon, que siempre está alegre y vivaracha y la consuela. La Chon y la Nena van de la mano a veces si no la ven las funcionarias, y también se meten a escondidas al chabolo o a los baños y se tocan. Cada una lo suyo, pero juntitas juntitas y besándose, y dicen que les da mucho gusto. Cuando la Chon está salida recurre a la Sinti y le dice que le coma el coño, así­ como suena, tal cual, no se anda con rodeos. La otra, que depende para todo de la Chon, porque amén de pavisosa y floja no tiene a nadie que le mande un euro, se lo come, sí­ señor, y lo que haga falta. No sabí­a, pero la Chon le fue enseñando y ya lo hace muy bien. Además la Chon la trata muy bien, todo hay que decirlo, y aparte de que la satisfaga sexualmente de vez en cuando no la obliga a mucho más. Y como le tiene auténtico pánico a los garbanzos, o garimbolos, que les llama ella, porque se le representa la cara de su primer novio en cada uno, siempre le da el plato con todos los garbanzos a la Sinti. El caldo y el medio huevo duro se lo come, faltarí­a más, pero los garimbolos ninguno. La Sinti también hace la limpieza del chabolo, y las camas, y algún recado. Y le da casi todas las compresas a la Chon, porque la Sinti apenas mancha y la Chon es como si le dieran un tajo todos los meses. En cambio la Sinti, con una compresa se pasa todo el dí­a y le sobra, será cosa de la raza, que las indias están más acostumbradas a ir con eso al aire o a tapárselo con una hoja de mandioca. Lo que más le gusta del mundo a la Chon son las madalenas, es auténtica pasión lo que siente delante de un café con leche y una madalena. Siempre está diciendo que lo primero que haga al salir será tomarse un puchero de café con leche, pero en una cafeterí­a de las buenas, no como el que dan en el talego, y comerse un paquete entero de la Bella Easo, que son las buenas, y no estas que les dan que son gomosas y las masticas y parece que comas gominola de madalena. Eso, y después se pondrá bien puesta de espid, y a dormir en una buena cama y al despertarse, para desayunar más café con leche y más madalenas. El que no se conforma es porque no quiere. En cambio la Sinti no dice nada. La Sinti dice que no está tan mal, y que cuando salga de la trena buscará una casa para hacer faenas o algo así­. La Sinti vino de Colombia trayendo una maleta con coca. Habí­a uno en su barrio que te pagaba el billete si le llevabas a Barajas una maleta con coca, sabí­as que te podí­an coger, pero si tení­as suerte no, porque la coca iba dentro de un paquete de ropa con un perfume para que no la detectaran los perros, pero sabí­an que habí­a uno, un perro muy bueno que ese sí­ las olí­a. Pero si no estaba de guardia pasabas sin que se enterase. El que mandaba la coca tení­a las cuentas hechas y le salí­an, aunque le cogieran maletas todas las semanas, daba igual, él, si podí­a, metí­a una maleta en cada vuelo. El dí­a que llegó ella estaba el puñetero chucho de guardia y la Sinti no llegó a pisar libre en España. Pero bueno, le echaron ocho años, por la cantidad que llevaba, y ya tení­a la cuarta parte de la condena cumplida, y estaba hablando con la educadora a ver si podí­a hacer algo con ella para buscarle un trabajo cuando saliera. Y si hací­a falta, volverí­a con otra maleta y otro pasaporte, eso no era problema. Problema era que de su casa le escribí­an alguna vez, para navidad y para su santo, pidiéndole si podí­a mandar algún dinero, que les habí­an dicho que en España los presos trabajaban en la cárcel y les pagaban un buen sueldo. Cuando la Chon no se comí­a los garimbolos, la Sinti le contaba que en el ranchito de latas donde viví­a con toda su familia, y eran nueve tirados por los suelos en jergones de hoja de maí­z, tení­an una sola mesa, y a la noche la poní­an de pie, y les serví­a de puerta. Cuando se poní­an a contar miserias parecí­a el módulo dos un concurso, a ver quién la contaba mayor. La Sandra, Alejandrina Montilla Hernández, siempre contaba cuando se murió su hermanico pequeño de medio año, porque su padre vino borracho, como cada noche, y abrió la ventana porque estaba sofocado, y luego se metió en la cama y se tapó bien, y la cuna del crí­o quedó al lado de la ventana abierta y con el chico destapado, y del frí­o que cogió se murió dos dí­as más tarde, aunque lo llevaron al hospital y todo. La madre de la Sandra no se lo perdonó a su padre y lo echó de casa, y como era la que traí­a las perras a casa, el otro se tuvo que aguantar y buscarse otra más tonta que le diera de comer. Y la Sandra dice que ella desde que nació hasta que la metieron entre rejas no habí­a comido nunca otra cosa que pan de coño, que es como le dicen al que se gana una con el sudor de sus bajos y sin intervención de más oficio, bien sea el de su madre, el de su hermana mayor, o el suyo propio. Perra vida. La Chon en cambio dice que ella no, que ella no abre las piernas por dinero, que antes roba. En cambio la Sandra es al revés, que dice que ser atracadora es mucho más feo que ser puta como ella, que al fin y al cabo es un oficio como cualquier otro y no la comisión de un delito. Lo de la comisión de un delito se lo oyó a su abogado y se lo aprendió y lo suelta cada dos por tres. Y la Chon le dice que entonces ella, por la Sandra, cómo es que está allí­ si no es una delincuenta, y la otra le dice que por ayudar a un primo suyo a escapar de los maderos. Según la Sandra ella no estaba agrediendo a dos maderos con una palanqueta de hierro, no señor, ella sólo querí­a detenerlos mientras su primo escapaba, que no es lo mismo, y si le dio a uno de ellos en la sien, la oreja y el hombro que desde entonces se le quedó la barbilla mirando para la izquierda fue de los puros nervios. Y lo sintió mucho, y se lo dijo luego en el juicio llorando como una magdalena. Que ella no querí­a hacerle daño al señor guardia, que sólo querí­a que no cogieran a su primico que sólo tení­a dieciséis años y no sabí­a lo que hací­a porque olí­a pegamento desde chinorri. A la Chon no le caen bien las gitanas. Y se lo dice a la cara. Y eso que ella parece más gitana que ninguna, pero como no consta que lo sea porque a su padre no lo conoció y su madre la abandonó en el hospicio y sólo iba de vez en cuando a verla, y de niña, pues no tiene la certeza de serlo, vamos, está convencida de que no es calorrí­. Es más, ella se pasa el dí­a cantando y tarareando rumbas, pero si ve a alguna gitana que se arranca a bailar enseguida salta diciendo mira la gitana esa si es que no lo pueden ocultar, que se les sale la gitanerí­a andante en cuanto oyen música. Mire usted quién fue a hablar. La Chon se escapó de la casa de acogida donde estaba metida a los catorce años y de allí­ pasó a un correccional, del que también se escapó ya para meterse a atracadora. Primero daba palos por las esquinas a los borrachos y a las mujeres solas que salí­an de sus casas a trabajar, pero no se ganaba casi nada, si acaso alguna joya, pero poco. La Chon vivió su época dorada con el Satur, Saturnino Triste Bastero, que era un señor, y que además era clavadito a Rafi Camino. El Satur fue quien la hizo mujer (así­ lo cuenta ella) en un señor hotel con unas señoras sábanas y con champán, como dios manda, y no en el seat ibiza o en un ribazo, como la mayorí­a. El Satur trapicheaba al por mayor y la tení­a como una reina, ella era guapa y aún tení­a dientes, y todaví­a no tení­a ninguna de sus neuras. Luego se ve que con la coca le dan a una neuras y ve cosas, que aunque sabe que no son de verdad, las ve, y es un marrón porque no sabes cómo reaccionar. El Satur un dí­a desapareció. Así­ sin más. Luego se dijo que habí­an sido los turcos, y otros que una familia gitana a la que habí­a vendido doscientos cincuenta gramos de heroí­na cortada con arsénico y habí­an empezado a morir adictos y lo perseguí­an porque les estaba dejando sin clientela. El caso es que la Chon tuvo que valerse por sí­ misma, porque, como queda dicho, y por ella, ella no valí­a para puta ni para echarse a fregar suelos. Otro dí­a contaré más cosas de la Chon, y de las chicas del módulo dos, pero antes aclarar que si la Chon no tiene papel para limpiarse el culo es por culpa de la Sinti, que acaba con todo el papel que agarra para escribir a su novio, que está como tonta esta mujer, que se va a quedar sin ojos porque apagan la luz y sigue escribiendo a la luz de la luna, o de la brasa del cigarro (si tiene), o incluso a tentón, figurándose lo que pone y sirviéndose de otro lapicero para tratar de hacer las lí­neas más o menos rectas. Lo que hace el amor. Y eso que sólo conoce al novio por una foto de carnet.

La Chon es total

A la Sinti la llaman también la desteñí­a porque para venir a España le compraron ropa, para que fuera un un poco apañada, porque vestí­a cuatro harapos, y fue a una peluquerí­a de las de verdad, no como la que tení­a una vecina, que sólo la peinaba y le cortaba el pelo, pero no se lo lavaba, eso para ella fue nuevo. Así­ que se lo tiñó también, de rubio rabioso, y no se sabe qué tinte le echaron, o qué pintura plástica, que no se le quitó hasta meses después en la cárcel ya, y hubo momento en que tení­a media pelambre negra como ala de cuervo y la otra media colgando amarillenta pajiza, un horror, y se tuvo que cortar bastante pelo para que le volviera a su ser y no pareciera una punqui venida a menos. La que es punqui de corazón es la Nena, pero de los clásicos de verdad, que a veces tararea aquello de «punqui de postaaaal, moda punqui en galerí­as» que tiene más años que la tana. La Nena es de los Sex Pistol de toda la vida y tiene en su chabolo un póster de Sid Vicious. También tararea aquello de «si Sid Vicious hubiera conocido el calimocho, no habrí­a muerto de sobredosis, habrí­a muerto de cirrosis», que se lo oyó cantar una vez a Manolo Kabezabolo en Beirut. En el Beirut de Zaragoza, claro, una vez que se escapó en un viaje con una amiga y se largaron de noche por calles desconocidas, vaya ojo tuvieron, acertaron bien. A la Chon a veces le canta «Yo no me como los mocos, pero nena, tú me vuelves loco», que también es del Manolo. La nena se rapó el pelo al cero con quince años y cuando llegó a casa su madre estaba llevando la comida a la mesa y se le cayó con perola y todo y se rompió. Pero luego se miraba en el espejo y no se gustaba, y ya no se lo rapó así­ más, va siempre con una melenita que parece Amèlie, pero más clara. A los dieciséis se largó con una compañera del internado, robaron dinero de la administración y se metieron en el primer tren que vieron, iba a Valencia, allí­, echándole un poco de jeta encontraron trabajo enseguida, y no les iba mal. Una trabajaba sirviendo copas en un garito al lado de la playa, que de noche no cerraba. Su herramienta de trabajo era la camiseta de tirantes y sin sujetador, tení­a un exitazo y se levantaba unas propinas de órdago, pero empezaron a invitarla y se aficionó a beber. Esta era la amiga, la Espe, Esperanza Urdiales Oña, que luego se metió en un ballet de club nocturno donde hací­a topless y se meneaba más o menos de forma pareja con otras tres mientras la pareja de bailarines de verdad, matrimonio, que eran los profesionales, bailaban en plan serio. La Espe luego se llamó Sparza, pronunciando la zeta como ese en plan exótico y le dijo a la Nena de montarse las dos un número de latigazos y cuero, y hasta ensayaron, pero llevaban el ritmo que cuando las vio el bailarí­n les dijo que «iban las dos parejas como trote de vaca». La Sparza acabó en el Paralelo metiéndose cosas por la vagina de una a cuatro, y la verdad es que le va muy bien. La Nena en Valencia empezó repartiendo entradas para una discoteca por la playa y los sitios de copas, y luego en la propia disco ayudando en lo que hiciera falta, servir copas, hacer recados, sustituir al diyéi, y dedicarse al mercadeo minorista de pastillas. Ahí­ fue cuando se llevó el primer susto, una madrugada se fue a una competición de coches con unos pastilleros y se metieron una chufa con un golf antes de llegar y se encontró dentro del coche encerrada con un muerto que le iba derramando sangre en el pelo, y todo el pelo se le quedó pastoso lleno de sangre, y le escurrí­a por la cara y los labios, aunque los tení­a prietos prietos. Ella se rompió la claví­cula con el cinturón, dos muertos y una chica que se quedó en silla de ruedas. A la Nena la cogieron en el hospital y la facturaron para Barna con sus padres de nuevo. Cuando llegó a su casa se encontró con que no tení­a habitación, habí­an quitado su cama de la que compartí­a con su hermana pequeña. La hermana pequeña se fue a vivir con los abuelos mientras estaba ella en casa ¡si se fiarí­an los padres de lo que iba a durar viviendo allí­! La metieron en otro internado, de donde ella se escapaba cuando le daba la gana, pero allí­ tení­an más manga ancha y si no volví­a borracha o grogui de pastillas hací­an la vista gorda. En realidad era más bien una casa para casos perdidos. El por qué la Nena comulga tan bien con una persona tan distinta a ella como la Chon es un misterio que escapa a mi comprensión. A ver, que intento comprenderlo… ¡fiuuu…! no, nada, se me escapó otra vez. La Chon es inculta total y más basta que la lija. Apenas aprendió a escribir, pero ahora se ha aficionado a las fotonovelas, las devora. La pasión por las fotonovelas es común a todo el módulo dos, las cuidan y las miman como a un hijo (algunas mejor que a un hijo, que hay varias que a los suyos los mataron con esas manos que hoy pasan hojas de las fotonovelas con cuidadito) Como una ponga un vaso sobre una fotonovela o se le caiga la ceniza ya tenemos bronca montada. A la Sinti le da miedo la Nena, y la Nena mira a la Sinti como si fuera una mierda. Cuando se refiere a ella la llama «esa». Un dí­a la Peque la maña le dijo que «esa se le dice a la escoba, esa se llama la Sinti, joer con la polaca de mierda» La Peque la maña, Gregoria Marí­a Pardón Chopo, siempre llama polaca de mierda a la Nena, para distinguirla de la Maribrú que es la polaca de verdad. O sea, la polaca de Polonia. La Maribrú nadie sabe cómo se llama porque tiene un nombre con acentos hasta en las eses, pero la llaman Maribrú que suena casi igual. La Maribrú es una real hembra, lo más granado que ha pasado por Meco, a todas las bolleras se les hace agua el chumino pensando en ella. Una vez, en las duchas, estaba ella duchándose y se da la vuelta y en una esquinita estaba la Fis tocándose y mirándola, y a la Maribrú le dio como una especie de penita, y a la vez un pellizco de orgullo, y siguió duchándose hasta que la Fis acabó, dio un suspirito y se fue corriendo. La Maribrú tiene treinta años pasados, unas tetas de mármol y unas piernas que le llegan hasta el culo. ¡Vaya piernas! Todo el mundo lo dice. Vino a España hace muchos años y se metió a puta de categorí­a y le iba muy bien y tení­a un pisazo y coche y todo. Un dí­a en un club rompió una botella y le rebanó el gaznate a uno, nunca ha dicho el por qué. La Maribrú es seria y habla poco, en cambio lee mucho, la gente la respeta porque la ven distinta. También es rica, sigue teniendo su piso, su coche lo vendió, y además de dinero en el banco, le cae todos los meses el alquiler del piso. La única maní­a que tiene es que no soporta al papa, en cuanto lo ve aparecer en televisión o en alguna revista, escupe y dice cosas en polaco, pero con muy mala cara. En cambio la Fis, que en realidad se llama Purificación Sobrado Cardoso, es muy poquita cosa, no tiene tetas, no tiene chichas, no tiene carácter, no tiene nada, más que una condena de padre y muy señor mí­o por haber envenenado a su amante y a la amante de su amante, y de paso al hijo y al gato. Se le fue la mano en la dosis y mató a los cuatro de vez. La Fis también podrí­a llamarse «quita de ahí­», que es lo que más oye al cabo del dí­a. Encima comparte chabolo con Lina la peinadora, que es una mala bestia y la tiene crucificada. Lina, si tiene frí­o, se levanta, le quita la manta a la Fis y se queda tan campante, por poner un ejemplo, y si se queda con hambre, le quita la comida. La Fis debe tener alguna enfermedad, que sólo se dedica a tocarse; en cuanto no la ven se mete mano, y a veces hasta cuando está con gente. Más de una vez la han visto sentadita en una silla con las rodillas muy juntas y poniendo cara de gusto, y han dicho, anda mira esta que se está pajeando aquí­ delante de todas la guarra. Es lo que tiene la cárcel, que no hay intimidad. Lina la peinadora está en el talego por haber tirado a sus dos hijos por la ventana. Ya se ha dicho que es una mala bestia. A Lina, que se llama Marí­a Adelina Hombrado Vargas, le han vuelto la cara los de su raza, es gitana, porque eso de matar a los hijos es algo que no consienten. Item más, sabe que tiene pena de la vida, porque el marido dejó dicho bien claro que primero que vaya a la cárcel, que cuando salga ya la mataré. Así­ que Lina sabe que en cuanto que salga tiene los dí­as contados, pero como es una mala bestia y tampoco le da por hacer cábalas con el mañana no le importa, lo que sea ya se verá en su momento. Con todo, la que peor fama tiene del módulo dos es la Peque la maña, que desde que entró al talego ha doblado o triplicado su condena de follón en follón. La Peque la maña tení­a una pensión cerca de la calle de la Ballesta, donde albergaba yonquis que hací­an la calle en las cercaní­as, y les suministraba droga. La policí­a, por más esfuerzos que hací­a no conseguí­a pillarla porque lo tení­a todo muy bien atado y no le enganchaban la droga. La droga la tení­a escondida en un escondite imposible de encontrar, colgando de un cable, metida dentro de un extintor, y dentro de una chimenea. Y encima, tení­a un hijo tonto que era el que se encargaba de llevarla de aquí­ para allá. Si alguna vez cogí­an al hijo tonto no podí­an sacarle nada, ni tampoco meterse con él. El hijo tonto estaba gordo como una vaca, la madre le echaba de comer lo que hiciera falta, y cuando tení­a ganas de triquitraque, la Peque agarraba la yonqui que tuviera más a mano y le decí­a, hale, tí­rate a esta. Y la otra se tení­a que conformar. La Peque viví­a en un mundo ficticio donde ella era dios. Un dí­a que habí­a cogido varias dosis para repartir, se encontró conque una de las chicas se las habí­a robado, así­ que la cogió y la encadenó dentro de una habitación y la dejó allí­, con una cadena en un pie atada, con las manos atadas también con una cuerda, y con un pañuelo en la boca. Hasta que hablase y le dijera dónde habí­a escondido las papelas. El caso es que la cadena estaba anclada a un radiador en la pared, y la chica, estirando estirando sacó el radiador de sitio, que la pared estaba que se caí­a a trozos, rompió un cristal del balcón con la cabeza y se asomó. Una gente dio aviso a la policí­a y allí­ fueron ellos, y los bomberos, que hicieron falta para rescatarla. Cuando vieron la habitación aquella con ratas, la mierda que llevaba la chica que se habí­a cagado encima, la cara sangrando, cardenales por todo el cuerpo, un ojo cerrado, la cadena y todo lo demás, se quedaron espantados. Por si fuera poco entonces aparece la Peque y no se le ocurre decir otra cosa que «¡que se me ha escapado la puta esa, yo la mato!». La Peque nunca se creyó que la fueran a condenar por secuestro, pensaba que ella podí­a retener a alguien que no le pagase, y si no acudí­a a la policí­a a denunciar que le habí­an robado droga no es porque no estuviera en su derecho, sino porque no le gustaban los maderos. Si hasta le dijo al juez que quién iba a pagarle a ella el radiador. Pero le cayó secuestro, torturas y la de dios. La Peque era la mandamás cuando estaba en la calle, tení­a la pensión y a un montón de chicas enganchadas que hací­an su santa voluntad, lo que ella decí­a iba a misa, y se creí­a una autoridad. Luego en el talego pasó a ser una más, y como además era una vieja de cincuenta años, tení­a que andarse con mucho cuidado con las jóvenes. Al llegar quiso hacer allí­ su voluntad, como hací­a fuera, y empezó a jamarse hostias hasta que aprendió a callarse, aunque para entonces tení­a varios dientes menos. El caso es que luego la yonqui aquella murió, por otros motivos, pero el abogado siguió pidiendo una indemnización millonaria por los malos tratos y el secuestro, para una hija que tení­a la muerta. A la Peque le embargaron la pensión, vamos, la casa, y le dejaron al hijo tonto en la calle, y le dieron los dineros a los padres de la chica muerta para educar a la hija que dejó huérfana. Cuando la Peque, en la cárcel se enteró de eso le dio un ataque de rabia y dijo que ella se iba fuera a matar al juez, y se le tuvieron que echar encima las funcionarias, con tan mala suerte que de un bocado le arrancó a una un pezón, porque era verano y llevaba sólo la camisa, con la guerrera no habrí­a podido, y habrí­a seguido mordiendo si no le rompen la cabeza a porrazos. Con aquello empezó a engordar la condena. A la Chon a veces también le daban prontos así­. Una vez le dijeron que una mora que habí­a en el módulo hablaba mal de ella, y sin necesitar más se levantó, agarró una silla y se la estampó a la mora en la sesera, que cayó espatarrada y como muerta, y menos mal que no la mato de verdad. La Chon estuvo un mes incomunicada y por poco se vuelve loca del todo. Entonces fue cuando se le ocurrió lo que iba a hacerla famosa. Famosa dentro del mundillo carcelario, claro. Como estuvo encerrada allí­ y no tení­a mejor cosa que hacer que tocarse el potorro, cuando salió, ni corta ni perezosa fue a las funcionarias a pedirles que le trajeran un vibrador. Ayvá dios. Que por qué no podí­a tener ella un vibrador pudiendo pagárselo ¿no es un aparatillo con pilas y sin mayor misterio? Pues si se puede tener un transistor, o una tele, por qué no un vibrador, a ver. Las internas anduvieron semanas soliviantadas, y no sólo en ese módulo, en todo Meco se corrió la voz. Claro, cualquier cosa que signifique actividad y alteración es bienvenida en el talego. Los vibradores no vení­an en la lista de electrodomésticos que podí­an comprarse, transistores, maquinillas de afeitar, playesteisions, eso sí­, vibradores no, no vení­an. Así­ que la Nena dijo que si no podí­a comprarse un vibrador iba a escribir una carta a los periódicos. Y la jefa de planta del módulo dos le dijo a la Nena que si escribí­a esa carta iba a tener problemas, y la Nena, que tonta no es y entiende el idioma que hablan los funcionarios y es larga desde aquí­ hasta Tombuctú, les sacó una peli de video extra los fines de semana, y le dijo a la Chon que siguiera tocándose el potorro en versión manual y que fuera haciendo prrrrr con la boca y se ahorraba las pilas. La Chon a veces tiene celos de la Maribrú, porque ella y la Nena se cambian libros y los comentan. Poco, porque la Maribrú es de poco hablar y la Nena tampoco es que le dé mucho a la muy. La Nena es mona, y harí­a muy buena pareja con la Maribrú, eso se ve. En cambio la Chon tiene la nariz aplastada, es pequeña y con unos muslos y unas pantorrillas gordas y musculosas, y bí­ceps de cantero, tiene poca teta, aunque como está sobradita de chicha parece que tenga más, pero no es teta-teta en realidad, sino grasilla. A la Nena le gusta la Chon porque es total, y se lo dice: -«Chica, eres total» Y la Chon se rí­e tontamente y escupe miguitas de madalena. Con la Chon uno siempre sabe a qué atenerse porque lo lleva todo escrito en la cara. A la Chon se le cae la baba con la Nena, y aunque es mayor que ella, parece que fuera al revés, y acepta lo que le diga como si fuera el evangelio. La Nena, cuando salga, dice que se pondrá un garito playero con baile y que se llevará a la Chon de gorila para damas. Según la Nena, quienes promueven la mayorí­a de las movidas en las discos no son tí­os gamberros, sino tí­as que provocan follones y luego se los jaman los tí­os. De estas cosas no se enteran los securatas, que se limitan a echar a los folloneros. Para eso dice que valdrí­a la Chon, para ir echando a las tí­as que arman camorra y esconden la mano. Estos dí­as el módulo dos está alicaido porque la Ardiles, Marí­a del Carmen Ardiles Sanclemente, despenó a la Daisy J. Wilson-Rementerí­a, una boliviana que era la alegrí­a de la huerta. La Daisy, que según la Chon hay que ver qué nombres tienen esas sudacas que les ponen nombre de dibujo animado, se dedicaba a la distribución de heroí­na en el módulo, que se la pasaba su marido, y tení­a un negocio floreciente. El marido se la pasaba en los contactos que les daban, la traí­a metida en el culo envuelta en un condón, y se la pasaban de culo a culo. La Ardiles le debí­a dinero, porque el marido de la Daisy le cobraba por la droga que consumí­a la Ardiles al marido de ésta fuera de la cárcel. Hasta que un dí­a el marido de la Ardiles fue a verla a un contacto de esos í­ntimos y pilló a la Ardiles con la regla. La Ardiles le dijo que de poner el culo ella nada, y el marido se rebotó y le dijo que la heroí­na te la va a pagar tu puta madre, y dejó de darle el dinero de sus consumos al marido de la Daisy, y la Daisy le dijo a la Ardiles que se acabó lo que se daba, y que si no le pagaba lo que le debí­a hasta el momento le iba a abrir la cabeza, así­ que la Ardiles le madrugó a la Daisy y se la abrió ella. Con lo bien que bailaba la Daisy, que hay que ver el arte que tení­a moviéndose. La Daisy fue la que tuvo la ocurrencia de poner a medio módulo a bailar como en la peli de Almodóvar, esa que baila la Bibi Andersen en un patio de la cárcel, y vieron la peli una y otra vez hasta que se aprendieron el baile y se pusieron a hacerlo que parecí­an talmente las presas de Almodóvar, hasta con la misma ropa o parecida. Ellas creí­an que lo hací­an bien, hasta que la Nena, que tiene una retranca guasona con muy mala leche les dijo que en realida parecí­an el coro de zombis del videoclip de Máiquel Yacson, ese de Zrailer, y se puso a bailar ella con los pies y los brazos tiesos y todas le dijeron que hay que ver la mala baba que tiene la polaca de mierda esta, pero dejaron el bailecito. Lo de polaca no le hace mella a la Nena, que no se considera especialmente catalana ni adscrita a jurisdicción aní­mica alguna, salvo la obligada del módulo dos. Por fastidiar a sus padres les hablaba en castellano, a ellos, que tení­an una masí­a en el Empordá y veraneaban con los iaios en Sitges, va y les sale una hija castellanohablante. Qué suplicio. La Chon se partí­a de risa viéndola bailar el rap del zombi mientras tarareaba eso de «cuando se quiere, como yo quiero…»

La Chon se ha quitado de fumar


En el módulo dos de mujeres de Alcalá-Meco han pasado unos dí­as muy entretenidos, claro que allí­ se posa un pájaro en una ventana y ya es noticia, pero esta vez de verdad. Primero les hicieron una función unos del teatro, que vení­an de Barcelona, que allí­ hay mucho teatro, pero no se enteraron de nada. No porque hablasen en catalán, no, que lo hací­an en castellano, aunque se les notaba forzados porque traducí­an de memoria, sino porque era una función de las de pensar. Pero dio igual, ellas estaban allí­ tan contentas viendo a los tí­os buenos esos en el escenario. ¡Y qué bueno estaba alguno! Sobre todo uno con el pelo con caracolillo, un estilo al Bisbal. Al final tuvieron que intervenir las funcionarias porque empezaron a desmadrarse y les gritaban tí­o bueno, y ¡corderoooo», y ¡ven que te hago hombre!. Y la Fis estaba en un rincón metiéndose el dedito y poniendo los ojos en blanco. Eso del teatro no pasa todos los años. Total que a la Nena se le ocurrió que ellas también podrí­an hacer un grupo de teatro, y con esa excusa igual hasta las dejaban salir a algún sitio a representar una función, pero las educadoras les dijeron que nastis de plastis, que no colaba, que la idea la tení­an requetesabida, que si querí­an, que hiciera un taller de literatura o poesí­a, y la Nena les dijo que cuando le dieran un mono azul tinta. Pero las gitanas se quedaron con el gusanillo y se empeñaron en representar algo de Lorca, o sea, Bodas de Sangre, pero cuando la Flo, que era, o es, bailarina de flamenco, y claqué y clásico y estuvo en el grupo folclórico «Alegrí­a del Albaicí­n», se puso a leerles toooodo aquello tan largo se les fueron las ganas y lo dejaron en que salí­an ellas con unas sillas y cantaban y bailaban. Y a todas les pareció bien, y alguna llevó unas tabletas de chocolate y cafeses y tan ricamente que estuvieron hasta que sonó la sirena. Los cafeses estaban cargados de coñá por cuenta de la Flo, que era su cumpleaños. Volví­a a cumplir treinta y habí­a que celebrarlo. El coñac, o sea, la coñá, la sacó por medio de una funcionaria que hace la vista gorda para según qué y con según quién. Eso se lo pide otra y le dice que tururú, pero la Flo es muy buena mujer, y guapa y educada y con clase, y sabe comer con todos los cubiertos. Lo de que matase a su madre no tiene que ver con lo otro. Y es que viajar y llevar vida de artista enseña mucho. La madre era una mala bestia que habí­a vivido de la hija pequeña hasta que la echó a perder, también la quiso meter artista, pero la chica no valí­a y acabó poniéndola en una esquina, y como la Flo sí­ que le salió con dotes y con garbo para el baile, pero ella dijo que no se dejaba mangonear por la madre o acabarí­a como su hermana mayor, y la madre le saltó un ojo y la Flo la tiró por las escaleras. El caso es que le llevaron muy mal el jucio y lo perdió, porque el abogado era un monicaco que no sabí­a de la misa la media y estaba de estreno y le cayeron seis años muy a pesar hasta del juez, que era un buen hombre. A la Flo le quedan seis meses para la condicional y no está por la bronca, y por eso se fí­an de ella… todo lo que una funcionaria se fí­a de una reclusa, o sea, interna, que no son reclusas, sino internas. Eso me parece que ya lo habí­a dicho. La Flo en realidad se llama Carlota Madrigal de las Altas Torres Yllana ¡vaya pedazo de nombre! Y su hermana la puta se llama Virginia, lo que son las cosas. Pero a pesar de nombre tan bonito, como era demasiado largo para los carteles, o quizá porque ensombrecí­a a los de las primeras bailarinas, le hicieron ponerse el nombre artí­stico de Carlota Yllana, y luego ella se cabreaba cuando le preguntaban que si sois Carlota y Ana, dónde está Ana. Pero la Flo es muy buena persona, se le ve enseguida, y tiene un arte, ozú, qué arte tiene, te da cuatro toquecitos con los nudillos en una mesa y te monta la juerga. Lo de Flo es porque es muy guapa, y cuando la Nena la vio entrar por la puerta grande del patio el dí­a que llegó a prisión, con aquella carita de susto le dijo a la Chon, mira, una flor caí­da. Porque la Nena a veces tiene el ramalazo poético, con todo lo mala persona y arpí­a que es. Claro, la Chon imposible que supiera decir flor con sus cuatro letras, no: flo. Y con Flo se quedó. La Chon a veces se pone a bailar con la Flo y queda como el culo a su lado, pero no se lo dice nadie, sólo la Nena, que no se corta por nada, pero si le pregunta a la Sinti, le dice que lo hace igual de bien, pero la Sinti le lleva la corriente en todo, que para eso es su paniaguada, faltarí­a más. La Flo comparte chabolo con la Sepu, que es su contraria en todo. La Sepu se llama Sonia Esperanza Pallarés Úbeda, y también es de las leí­das, como la Nena y la Maribrú, y hasta trabajaba en una oficina escribiendo a máquina, y se llama Sepu porque en las cartas tení­a que poner sus iniciales y claro, salí­a Sepu, pues por eso. La Sepu se metió en la droga y acabó atracando la joyerí­a que habí­a al lado de su oficina ¡si será burra!. El caso es que le salió bien el palo, que lo dio con uno que viví­a con ella y que entre los dos debí­an medio millón de pesetas en heroí­na y claro, no les quedó más remedio. Dieron el palo sin pensar, zas, sin más ni más. Pasaban por allí­ y ella se acordó de que el joyero quitaba la alarma al cambiar el escaparate, y se acordó porque lo vio cambiándolo, y se lo dijo al otro (el Churro, se llamaba, no sé su nombre) y no lo pensaron más. Se metió en un portal, se quitó los pantis, los cortaron con la navaja y se puso cada uno una pierna cubriéndose la cara, y a atracar. El Churro le atizó un mangazo al joyero y lo dejó medio tieso y salieron de naja agarrando lo que pudieron y no les pescaron. Se largaron donde el camello y le dieron las joyas y él les estuvo racaneando y acabó cogiéndolas y diciéndoles que aún le debí­an veinticinco mil, y que si querí­an seguir consumiendo se las tení­an que pagar esa noche. Así­ que la Sepu se tuvo que poner a hacer la calle esa noche o le rebanaban el pescuezo, y sacó el dinero y zanjaron la deuda y aquí­ paz y después gloria. Pero el caso es que un par de semanas después, envolviendo un bocata con un periódico, va el Churro y lee lo del atraco a la joyerí­a y que los ladrones se habí­an llevado ocho millones en joyas, y claro, le dio el soponcio. A los dos les dio. y se fueron donde el camello y el Churro sacó la navaja y le puso las tripas en la mano. El otro se los quedó mirando, mientras agarraba el mondongo, no se le cayera por los suelos, y les dijo que habí­an metido la pata, que les iban a atar a ellos dos, uno con otro, con las tripas. Se asustaron y se fueron corriendo. El camello resulta que no se murió, se fue al Insalud y se las metieron dentro y lo cosieron. Luego, una noche, la Sepu llegó a casa y se encontró al Churro en la cama, con las manos atadas con sus propias tripas, y sin forma de componerlo ya. Asi que se presentó en comisarí­a y cantó la traviata, y la enchironaron allí­ en el módulo dos a sabiendas de que no habí­a ninguna del clan del camello aquel, o también la habrí­an destripado a ella. El caso es que luego, mirándolo desde la perspectiva que da el paso del tiempo (…ves como también sé escribir bien) la Sepu lamenta más haber hecho de puta aquella noche que todo lo demás. Y dice que no recuerda la cara del camello ni la del joyero, pero sí­ la de todos los clientes que se tuvo que hacer esa noche. Cada persona es un mundo. Una vez la Juanita Banana dijo que si le dieran veinte duros por cada cliente que se habí­a hecho serí­a rica, y claro, las otras le dijeron que «algo más que veinte duros te darí­an ellos, coño, rica serí­as si lo hubieras guardado». Y es que es lo que tiene el delito, que no ahorras. Claro, te ves con perras en la mano, y en cantidad, y dices para qué voy a ahorrar, cuando necesite algo, doy otro palo y solucionado, total, que te ves en necesidad y no tienes nada. Ni pensión ni nada. La Juanita Banana, que ya tiene sus años, se queja de eso, que cuando salga del talego otra vez a la calle, y que luego se verá de vieja y sin pensión. La Juanita Banana se llama Juanita de verdad, Juana Jiménez Klimovich, lo de la banana le viene porque se ha pasado casi toda su vida con una en la mano. Que es una injusticia. La Juanita Banana dice que podí­a llamarse Kóplovich en vez de Klimovich, y no tendrí­a esos problemas. Y la Sepu, que estuvo pagando a la Seguridad Social y hasta cobró paro y todo le dice que pague, que puede sindicarse y pagar, y se lo estuvo explicando, pero la otra no entendí­a que tuviera que meter cada mes treinta mil pesetas durante veinte años o más para poder cobrar. Claro, decí­a la Sepu, a la hora de poner el cazo todo son manos, pero a la hora de pagar ¡muñones!. En eso tiene razón. Pero gracia no tiene ninguna, y la Flo se lo dice, con cariño para no herirla, pero se lo dice: hija tienes menos gracia que el ministro la Gobernación. Todo lo que tiene la Flo de bonita lo tiene la Sepu de fea, gorda, fofa y mal hecha ¡no me explico cómo se sacó veinticinco mil pesetas en una noche! La Chon, que en su burricie, tiene una sabidurí­a con mucha retranca dice que se debió poner en la puerta de la ONCE. Y la Nena, que es una psicóloga callejera dice que los hombres buscan mujeres como las suyas pero que se dejen hacer cosas que la parienta no. La Sepu no se acuerda del nombre real del Churro, y lo oyó veces en el juicio, pero como andaba con lo de la droga que no la dejaba pensar no se le quedó. La Flo no fuma, porque lleva una vida muy sana y hace futin por el patio en mallas y camiseta y está que no tiene un gramo de grasa, y tampoco bebe, aunque convide. Así­ que cuando hay reparto de tabaco, de higos a brevas, ella coge su parte y la va cambiando por pilas para el transistor. Y es que la Flo no anda bien de dinero porque tiene un hijo que se lo cuidan los abuelos por parte de padre, que son buena gente, pero pobres. El padre del niño se dio el piro al poco de nacer el nene con un compañí­a de danza caribeña, y ahora es negro. O casi. Mulato más bien, y baila enseñando el ombligo con la camisa anudada y gritando ¡sabrooooso! y cosas así­, y ni se enteró de que la Flo está en la cárcel, ni de que a su hijo lo cuidan sus padres ni nada. Hay que ver. La Chon le da una pila por dos paquetes de rubio a la Flo. El transistor es de la Sepu, pero la Flo tiene que poner sus pilas, o sea: quita las pilas de la Sepu, y pone las suyas, porque la otra no quiere que se las gaste. La otra sólo oye un culebrón al que está enganchada y las noticias, pero la Flo oye música y más música, y claro, la dejarí­a sin pilas a la otra enseguida, y es un gasto. Los abuelos de su hijo no la vienen a ver, ni le traen al niño ni le dan noticias ni nada, claro, dice ella, bastante hacen con cuidármelo, la que le da noticias es una educadora que se encarga de eso, y le dice que el niño está bien. Una vez le dijo que se criaba muy rollizo y a la Flo por poco le da el sí­ncope ¡su hijito gordo, santo dios! Estuvo una semana sin dormir y pensando en cómo tendrá que alimentarlo y criarlo cuando salga. Porque los de la «Alegrí­a del Albaicí­n» le tienen dicho que en cuanto salga la vuelven a coger, la baldan a ensayos y hale, otra vez en la farándula. Yo no sé si creérmelo, porque no le han mandado ni una postal para navidad, pero ella lo cree a pies juntillas. La Nena la escucha y se le cachondea: Sí­, están allí­ esperándote para que les enseñes a mover el culo. A la Chon y a la Nena les gusta mucho la Flo, fí­sicamente, me refiero, pero no quieren lí­os la una con la otra, que las dos se tienen seguras, y no es cosa de perder lo que se tiene por algo que no sabes si te va a salir, y la Flo no parece tener inclinaciones bolleras. La Chon y la Nena le salvaron la vida a la Flo, porque la Juanita Banana una vez salió diciendo que se lo habí­a hecho con la hermana de la Flo, la Virginia la puta, que en la calle se llama Viryi, y que es igualita que la Flo, pero igualita igualita. Que habí­an hecho un dúplex para un elemento de la Junta de Andalucí­a las dos y que hay que ver lo bien que lo hací­a su hermana, que una pena que no hubieran seguido juntas, que se habrí­an podido ganar muy bien la vida. Y en esto que la Flo se le enfiló a la Juanita Banana con ánimo de tirarla por las escaleras como le hizo a su madre y menos mal que la sujetaron la Chon y la Nena, o la tira, vaya que si la tira. Luego ya se avino a razones y se le pasó. Que la otra no lo decí­a a mala leche, que son cosas del oficio y no lo decí­a por molestar, sino con su puntico de admiración y todo por lo bien que lo desempeñaba su hermana. El oficio. El de puta, vamos. Que para todo oficio se necesita algo de disposición y ganas de trabajar. Total que por querer disculparse, la Juanita Banana empezaba a ponerlo peor y le tuvieron que decir que se callara, porque la Flo empezaba a inflarse y a ponerse roja otra vez y aún estaban cerca de las escaleras. Y la Flo le dio, porque sí­, agradecida, un paquete de Camel a las dos, a la Nena y a la Chon, y estaban las dos fumando y a la Chon le dio por toser y no paraba no paraba, toda la noche tosiendo, cuando la Sinti, que duerme debajo de ella, aunque esa noche, por la tos, velaba, sintió que le echaba la otra desde arriba un gargajo y se levantó gritando y vomitando del asco y se montó el pollo y vinieron las funcionarias y encendieron la luz y vieron que la Chon escupí­a sangre y se la llevaron porque se desmayaba, y se la tuvieron que llevar arrastrándola por el pasillo. Y ya no se volvió a saber de la Chon hasta que entró una nueva dos semanas después, que la habí­an trasladado y vení­a de la enfermerí­a y les dijo que a la Chon se la habí­an llevado al Hospital porque le habí­a salido el sida y que se estaba muriendo y que desde que se la llevaron del módulo habí­a perdido veinte kilos lo menos y que no se la conocí­a y que le habí­an quitado un pulmón y no sé qué más. A la Sinti le dio un ataque porque claro, ella le habí­a comido el coño ni se sabe las veces, y la otra, encima, le habí­a echado en los morros un gargajo sanguinoliento, pero le salió bien el análisis y se fue calmando. En cambio la Nena, cuando se lo contaron se quedó tan tranquila, y la gente le decí­a, hay que ver cómo eres, es que no tienes sentimientos, y ella les decí­a que sí­, que bueno, que no tení­a. Y qué.

Adiós a la Chon

En el módulo dos la vida no es la misma desde que falta la Chon. A la Sinti le han metido en el chabolo una loca. En serio, una tí­a flaca y renegrida que no habla y que sólo come y duerme y va de aquí­ para allá a toque de pito. Las funcionarias querrí­an que todas fueran así­, pero la Nena se lo dice, a la jefa de las funcionarias del módulo, que cómo ha podido pasar el examen psiquiátrico esa mujer, que a la vista está que no vive en este mundo; y la funcionaria le dice que no van ellas a ir a enseñarle al psiquiatra su oficio. La Nena cuenta el examen que le hicieron a ella dos psiquiatras antes de enchironarla, que ellos le hací­an preguntas y ella nada, ni mu, no contestaba; ellos tomaban nota de que no contestaba y ya está. En estas que uno de ellos le pregunta al otro si esta es que no quiere contestarnos, sin más o es que padece alguna neuropatí­a, y el otro se la queda mirando y le dice: A ver, enséñanos las tetas. Y por la cara de sorpresa que puso la Nena le pusieron en el resultado del examen psiquiátrico que estaba más sana que una manzana y que podí­a ir al trullo sin problemas. Qué listos son los jodí­os. ¡Debió poner cara de mema y sacárselas! En cambio la tí­a esa ahí­ está, en la cama que fue de la Chon, que dice la Sinti que duerme con los ojos abiertos y que le da un yuyu que no vive, que se levanta por la noche y la mira, y está la otra dormida con los ojos a medio cerrar nada más, y como la Sinti vive en permanente estado de susto, lo que le faltaba. La Sinti le ha estado guardando sus madalenas a la Chon desde que se la llevaron a la enfermerí­a. Como sabe que le gustan tanto, se las va guardando en una bolsita para que se las zampe de media docena en media docena para desayunar. Aunque se pongan duras da igual, es lo que tienen las madalenas, que luego las mojas y te las puedes comer lo mismo. La Sinti, cuando le dijeron que la Chon habí­a cascado, se olvidó de la bolsa de madalenas, y a la semana, haciendo limpieza del chabolo, se la encontró y le dio muy mal fario, porque decí­a que eran de la muerta, y ninguna querí­a las madalenas de la muerta, hasta que la Nena dijo que ya estaba bien de tonterí­as y sacó dos tabletas de chocolate y sentó al grupito más amigo a un par de mesas que juntaron, y hale, a comerse las madalenas con el chocolate y unos cafeses que trajeron de la cantina, y se pusieron a hablar de la Chon y se fueron animando y al final pegaban unas risotadas como rebuznos algunas. ¿Te acuerdas de cuando hizo el concurso de bragas? Y hale, todas por los suelos escojonadas. Y es que un dí­a que una le dijo guarra, llegó la Chon y se quitó las bragas y se las puso a la otra delante de las narices, y le dijo que a ver si ella las enseñaba igual de limpias, y la otra que faltarí­a más, que como los chorros del oro, oiga, y allá que se sacó ella las suyas para que se viera que no habí­a marca de palomino alguno, ni le goteaba el grifo. Se oyeron voces entre las circunstantes de que «Anda que tú no mejor no las enseñes» y otra que con la ropa de trabajo hay que ser muy cuidadosa y cosas así­, y al minuto andaba todo el módulo con las bragas en la mano, mostrándoselas unas a las otras y las funcionarias atónitas, que no se explicaban lo que pasaba, y cuando las internas se dieron cuenta de que las funcionarias no se coscaban del asunto y estaban moscas, les dio la jartá de reí­r y les duró una semana el asunto de las bragas. ¿Y os acordáis de cuando le arrancó el pelo a la Cardenala? Que estaban riñendo en broma y le dijo «Te agarro de los pelos y de aquí­ no te mueves» y resulta que se le quedó con un puñado de pelos en la mano, pero vaya puñao, vaya puñao, y la Chon que se quedó mirando para su mano llena de los pelos de la otra, y la otra, que se lleva la mano a la cabeza y se le ponen los ojos grandes grandes mirando sus pelos en la mano de la Chon y ay madrecita mí­a qué me ha pasao qué me ha pasao, y la Cardenala que se estiraba un poquito del pelo y se le caí­a a mechones, y ella llorando y las otras riéndose a moco tendido. Y la cara de asco que poní­a la Chon con los pelos de la otra en la mano. Ja, ja, ja. La Chon no llegó a ver la boda de la Sinti, bueno, ni ella ni ninguna otra, pero al menos la Sinti se la contó a todas. Aquello fue la de dios en el módulo. Que le dieron el permiso a la Sinti para casarse con su novio. Que su novio es un ecuatoriano que está en la misma cárcel, en donde los hombres, y se empezaron a cartear por medio de uno de esos asuntos sociales que hacen los curas, y ya se enamoraron, la Sinti como una burra, y el otro se supone, y quedaron en casarse. Primero hubo intercambio de fotos y la Sinti le mandó una foto al Hernán, que se llama Hernán, en bragas y sujetador, porque la funcionaria de turno dijo que pornos no, que el fotógrafo no habrí­a puesto inconveniente; y el Hernán le mandó una con unos vaqueros ajustados, con una mano en el paquete y sacando bí­ceps. y claro, con tanto romanticismo ¿cómo no iban a enamorarse? El Hernán no era menos aficionado a escribir cartas que la Sinti, hala, una tras otra, se contaron toda su vida pasada, presente y futura, el Hernán un dí­a que se empalmó escribiéndole, la puso sobre el papel y con el boli trazó el perfil de su miembro viril, para que la otra calibrara. Y el dicho perfil polluno fue de boca en boca de las reclusas, que cogí­an la carta y se maravillaban de su magnitud, y una se poní­a la carta delante de la boca, con la boca bien abierta y otra miraba y era talmente como si se la fuera a abocinar, chica, qué bien dotado anda tu ecuatoriano, para que luego digan de los negros del áfrica tropical ¿ya te cabrá? La Sinti trató de hacer algo parecido pero no le salió bien, así­ que se pintó los labios, pero los de abajo, y se sentó encima de un folio, y luego se lo enseñó a la Nena y a la Maribrú, que estaban juntas y por poco se mean. ¡Pero mujer, no le mandes eso, se va a creer que va a casarse con la elefanta del zoo, vaya cacho chocho que te ha salido, qué ocurrencias! La Sinti, al final, volvió a mandarle otro beso con los labios de la boca pintados y un poco entreabiertos, y le puso debajo, a instancias de la Nena: «Un besito donde tú quieras». El dí­a de la boda la vistieron de blanco como a las novias de verdad, las educadoras sacaron un vestido sabe dios de dónde unos dí­as antes y la Sinti no hací­a más que llorar de tierna y emocionada que estaba. Las internas le hicieron un velo muy bonito y las gitanas le regalaron unas bragas de seda azules ¡hay que joderse, de dónde sacarí­an las gitanas eso! Y cuando ya se iba, apareció una de las funcionarias, de las más simpáticas, o de las menos cabronas, con un ramo de flores, con rosas y clavelitos pequeños, no pegaba mucho pero era natural y bonito. Pusieron a la Sinti y al Hernán delante de un funcionario, en una oficina de donde primero echaron a unos guardias que estaban comiéndose el bocadillo delante de sus máquinas de escribir, y los casaron, les echó el funcionario más un rapapolvo por ir a tocarle los cojones a la ley que un sermón nupcial y les hicieron firmar unos papeles y ya está. Entonces parece que se enterneció el burócrata y les dijo: «Bueno, pueden besarse», y para qué lo dijo, cogió el Hernan de la cintura a la Sinti y le metió la lengua hasta la campanilla, y una pierna entre las de ella, y los tuvieron que separar los guardias y se los llevaron a cada uno por una puerta y aquí­ paz y después gloria. En el módulo armaron mucho jaleo cuando volvió la Sinti a la hora escasa de haberse ido, con el velo de medio lado y temblona, y cantaron y bailaron como si hubiera habido boda «de verdad». Y antes de ir a acostarse, la Tapias, una que se dedicaba al comercio de todo lo habido y por haber en el módulo, le dejó a la Sinti para que lo probara y con intenciones de promocionarlo, un vibrador que habí­a hecho con un cepillo de dientes eléctrico a pilas cubierto con un dedo de un guante de goma. Eso sí­, la Sinti tení­a que poner su propia pila para que funcionase. ¡El uso de este artilugio para lo que no habí­a sido pensado se les habí­a escapado a las funcionarias, o lo habí­an dejado correr, vaya usted a saber! A la Sinti le gustó mucho el invento y como andaba caliente y pensando en su Hernán, llegó a olvidarse de la loca de la litera de arriba y se dio el gusto esa noche frotándose el cepillo en la pepitilla. Eso lanzó el invento que pasó a comercializarse a buen precio, para beneficio de la Tapias, qué tí­a más lista. Mes y medio más tarde les dieron un vis a vis de dos horas y el Hernán se la metió a la Sinti y no se la sacó hasta que vinieron a por ellos los guardias dos horas más tarde. Le echó tres sin sacarla. Lo de sin sacarla no era por cuestión de hombrí­a, que ya lo tení­an hablado, o escrito, no, sino porque si se quedaba embarazada les arreglaba a ellos el futuro, ya que al tener un hijo español les daban los papeles, y hasta soltarí­an a la Sinti, que no tení­a mucha condena. Por apurar el tiempo la Sinti no pudo lavarse en el bidé del vis a vis y sólo se limpió con unas toallitas, y cuando volvió al módulo, como habí­a ido con minifalda y toda guapa y atractiva, se le escurrí­a la leche pierna abajo, y todas acudieron a ver como se le escurrí­a la leche del marido por la pantorrilla. Ay.. hombres… qué recuerdos… ¿Os acordáis? La Chon, una vez que habí­a tenido vis a vis con uno que figuraba de novio suyo se la habí­a chupado y se habí­a guardado la leche en la boca, y así­, cuando la funcionaria le habí­a hecho abrir la boca para ver si llevaba algo dentro que le hubiera pasado el otro, zas, se la encontró llena de leche, y qué asco le dio. Y qué leche le cascó a la Chon que le marcó la mano en la mejilla dos dí­as. Gracias a eso se libró la Chon de que la metieran en el calabozo por joder la marrana con el respeto debido a las funcionarias. Y gracias a eso no siguieron inspeccionándola y pasó cinco gramos de heroí­na en un condón en los bajos. ¡Lo que no se le ocurriera a la Chon! ¿Y os acordáis de cuando hací­a patinaje artí­stico en las duchas? ¡Hostia qué tremenda! Que frotaba el suelo de las duchas con jabón y le echaba un poco de agua ¡y a patinar! Ziuuu, ziuuu, de aquí­ para allá, y cogí­a impulso en una pared y se iba hasta la otra, lo menos a diez o doce metros. ¡Y qué leches nos pegábamos! Hay que ver esa mujer, tení­a la alegrí­a en el cuerpo. La alegrí­a y el sida. Pero a cualquiera que le digas que consiguió hacer una pirueta de esas de las patinadoras en el aire, dándose la vuelta del todo, como en la tele, pero en las duchas del Módulo 2 de Mujeres de Alcalá-Meco… qué gracia tení­a la jodí­a, y qué ganas de vivir, pobrecita mí­a. ¿Os acordáis…?

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