La máquina de la Navidad

El Director de Planificación Social había sido explícito, y hasta rotundo. Cierto que había abusado de todo tipo de tecnicismos y palabrería política, pero se había dado a entender; y lo que les había dicho era que estaban en la necesidad, en la “imperiosa necesidad”, de interferir, nada menos, que el Plan General de Propaganda. Ni los más viejos de la comisión habrían podido pensar algo parecido. Y al final, el regalito le había caído a él: Martin L., Dirigente de Octava Categoría, con una brillante trayectoria que, si nada lo remediaba, iba a acabar en funcionario de alguna explotación lunar, o reeducando marginales en cualquier recinto para delincuentes. Un buen final para su carrera.
Desviaciones de conducta, había dicho… ¡Que la gente se harta de tanta consigna! Que algún día los instintos disgregadores de los individuos pueden pesar más que las doctrinas de comportamiento. ¡Diablos! Todo eso para decir que, de seguir así esto puede explotar, y tenemos otra revolución como la que precedió a la última Fase Bélica. Sí, que la gente necesita de una válvula de escape, algo que les distraiga de vez en cuando; eso era harto sabido. Ya lo habían intentado. Lo intentaron con el deporte, pero las posturas se radicalizaron, los ánimos se exacerbaron, y los odios partidistas produjeron efectos contraproducentes, por no hablar de las víctimas de la violencia. Lo intentaron con los viajes interplanetarios y las colonias en satélites, pero aquello no dejaba de ser el trasvase de muy pocas personas de un lugar a otro… y ahora ¿qué querían que hiciera él? ¿Arreglar el mundo? Por eso, cuando conoció a aquel personajillo se le abrió la puerta de los cielos.
León P., Analista Programador. Especialista en Conducta Social, con licencia de historiador, y con aquellas barbazas extrarreglamentarias. ¡Qué idea la suya! Al principio dudó de su efectividad, pero cada vez lo iba viendo más claro. Había tenido, eso sí, que informarse a conciencia. Bucear en las terminales del Archivo Central y, hasta llegó a tener en sus manos un libro ¡un auténtico libro de papel! Pero de todas aquellas reliquias arcaicas surgió lo que luego sería su gran operación, el trabajo de su vida. La válvula de escape llevaría por nombre el “Plan N.” Y ello partiendo de una antigualla prehistórica, de una cosa llamada… Navidad.
El Gobierno Central de la Confederación lo había aprobado, con toda clase de felicitaciones, y urgido a disponerlo cuanto antes, para aprovechar el primer cambio de numeración anual, que estaba cercano. La entrada del 798 de la Era Confederativa iba a ser sonada.
Sólo los malditos tecnócratas de la Unidad Central de Control de Masas se habían mostrado reacios. El propio Director General de Introducción de Programas había bramado. No le gustaba que un recién llegado como León P. metiera sus narices (y menos sus barbas) en la Unidad Central, y diera de lado a todos los operativos para meter su maldito “Plan N.” ¡Qué objeto tenía preparar una flota especial que trajera y llevara viajeros de las colonias a visitar a sus parientes! ¿A qué venía incrementar la producción de glucósidos? ¡Qué rayos era aquello de transmisión de felicitaciones! Felicitar ¿qué? Por poco no le hace tragar el disco con la autorización del Gobierno a aquel estúpido histérico, para que dejara a León P. maniobrar a sus anchas con los mandos de la Unidad Central. ¡Había que verlo, cómo disfrutaba! Conectó su unidad de transporte de datos al receptor, y soltaba una risita de satisfacción cada vez que el indicador comunicaba la absorción de un bloque. Y, mientras, canturreaba una tonadilla pegadiza, que decía no sé qué tonterías de una puerta, con sol, luna, estrella, o algo así.
Ahora, el Dirigente de Séptima Categoría (le habían ascendido) Martin L., era un hombre satisfecho. Se citaba su nombre en los comunicados oficiales del Gobierno; recibía un sinnúmero de felicitaciones navideñas (tenía una muy original, con un sonriente robot puericultor rodeado de menores) y le produjo una extraña emoción ver su imagen tridimensional en la pantalla del intervisor popular, en un programa documental. Aunque, por su corta estatura, no quedaba demasiado bien al lado del corpachón de León P.
Pero lo mejor, sin duda, habían sido los resultados no previstos en el plan. Estos iban más allá de todo lo esperado. Los índices de consumo de alimentos de segunda y tercera necesidad se dispararon, con la consiguiente alegría de los directores de stocks, que veían descender el nivel de almacenaje de productos de difícil salida. Se importaba mucha más energía de las colonias, y se exportaban objetos de extraña índole, como aquella partida de magnetotrineos para Fobos. En suma, el comercio era más fluido, el consumismo no conocía igual desde la última Gran Amenaza, y había cosas, como la demanda de espectáculos festivos que, simplemente, no se podían atender. Sí, el Dirigente Martin L. tenía razones para estar satisfecho. Y lo estuvo, …hasta que dejó de tenerlas.
Acababa de ver las últimas noticias, antes de prepararse para su descanso periódico, cuando dos agentes de la Protección Social irrumpieron en su cubículo particular, en enseñaron una orden de entrevista con el Dirigente Protector y, sin más contemplaciones, cargaron con él, le metieron en un aerotrans, y le condujeron a través de media ciudad hasta los sótanos del Gobierno Central. Conforme iba avanzando la cinta transportadora por los pasillos, pudo comprobar el alto grado de actividad que se vivía, y la inusual agitación con que todos parecían verse impelidos. También observó, con creciente temor, las reprobatorias miradas que le dirigían quienes se cruzaban con él. Aquellos tipos le introdujeron en la sala de la Junta de Gobierno, saludaron, y se quedaron a ambos lados de la puerta, sin despegar los ojos de él, y con los disuasores en posición de disparo.
-¡Enhorabuena, Martin, enhorabuena! –y quien se dirigía a él, encolerizado, era el mismísimo Primer Dirigente- ¡Qué demonios se propone usted! ¿Acabar con la sociedad, o es que está chiflado?
-Primer Dirigente… Martin, estupefacto, apenas podía articular palabra- …No… no sé a qué se está refiriendo.
-¿Todavía no lo sabe? Datos, Martin, datos; el mundo se viene abajo, se está volviendo loco. Le leeré las últimas estadísticas: crece el descontento entre la población por la política gubernativa, en general. Disminuyen alarmantemente las matrículas en los parvularios del Partido Único. En Brasilia piden la apertura de una actividad clausurada llamada samba. En un pueblo denominado… a ver…Londres, solicitan autorización para volver a fabricar perros. ¡Perros! ¿Se lo figura? Los habitantes de Vieja York quieren reabrir una pinacoteca ¡arte individualista, algo totalmente ilegal! ¿De dónde han salido todas estas ideas? ¡De su maldito plan! Los ciudadanos de TokyOsaka se quejan de que en los transportes colectivos van muy prietos. Los del observatorio de Monte Everest de que hace aire. En Pekín quieren ver los partidos oficiales de ping pong en el lugar, en vez de por intervisor. ¿No tenía idea de nada de esto? Pues entonces tampoco sabrá lo peor; cuénteselo. Programación.
-Lo peor es que el plan debía haber finalizado a las 24 horas del sexto día, y en lugar de hacerlo, la máquina ha vuelto a emitir como al principio del plan, ¡y no hay forma de pararla!
-¡Pero eso no es posible! –exclamó Martin L. enjugándose el sudor- León P. limitó el programa a un periodo determinado, ¡debe tratarse de un error!
-¡Error! Cuénteselo, Personal. –volvió a clamar el Primer Dirigente.
-No existe ese hombre. Todo rastro de él ha desaparecido de los registros, filiación, nóminas, domicilio… es como si nunca hubiera existido.
-Pero ¡debe haber algún modo de frenar el proceso!
-No lo hay. Ese hombre intervino las pautas de conducta de la Unidad Central de forma para nosotros desconocida. Debió emplear una clave personal que no se deja interferir por nuestras órdenes. Lo único posible es… desconectar y reprogramar.
-¡Desconectar y reprogramar! ¿Qué le parece eso Martin, se imagina TODO paralizado durante meses enteros? ¡El caos! Y su maravilloso plan sigue haciendo de las suyas… Atienda los últimos informes: la recién creada Unión Buenista, (Buenista, qué mal suena) pide la ampliación del parque botánico mundial, de 500 a 5000 ejemplares, y proponen que en unos años haya un árbol en cada ciudad. ¡Qué se imaginan que somos! ¿Una unidad de cultivos vegetales, como la productora de algas de Titán? Y, fíjese bien, Martin, fíjese bien… desde el comienzo del plan, el número de parejas que han solicitado una concepción se ha multiplicado por ¡catorce! Pero lo más temible ya está empezando a pasar… ¡Protección!
-Sí, señor: una compañía de la Protección del Ciudadano se ha negado a utilizar sus disuasores, para acabar con una manifestación de esos Terroristas Ecológicos. Y la Unión de Fabricantes de Artículos para la Paz Ciudadana ha registrado una disminución de sus pedidos de municiones del noventa y siete por ciento. ¡No sé dónde iremos a parar si se paralizan las industrias más importantes!
-Yo se lo diré, Martin –y todos temblaron al oír sus palabras- ¡Al descontrol! ¡A la disgregación! ¡Al autogobierno! Y… señor Martin L., si llegamos a caer en el abismo de la democracia… ¡usted será el único responsable!
-Pero ¡nada de esto es posible! ¡León P. es real, ustedes le han visto, han hablado con él, no puede haber desaparecido!
-Pues lo ha hecho. Hemos intentado hallarle por todos los medios, sin resultado. Incluso he ordenado una revisión total de los archivos, tratando de encontrar la clave que nos lleve a él. Todo inútil. Por eso le hemos traído. Usted le ha tratado, le conoce mejor, y ha estudiado los antecedentes históricos del plan. Quizá pueda descifrar su verdadera identidad, estamos esperando los resultados de la indagación.
Todos permanecieron mirándose unos a otros nerviosamente, tamborileando con sus dedos en los asientos, haciendo esfuerzos por no exteriorizar su agitación interior. Miraban el encenderse y apagarse de las luces en el panel del terminal, aguardando la respuesta a sus incógnitas.
En aquel momento se iluminó de verde el último indicador, y la máquina, con voz suave y en absoluto metálica, comenzó a decir, al tiempo que sus palabras se reflejaban en la pantalla:
-“Investigación sobre León P. No existe tal indivíduo en mis registros. No obstante, por análisis idiomático a través de los archivos históricos, recomiendo consulta de ficha abierta, con referencias a un personaje de su descripción física, y cuyo nombre es el mismo, sólo que al revés… en lugar de León P., …P. Noel”.

León P.

Post navigation

2 comments for “La máquina de la Navidad

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.