Se nos retrata a los ludópatas como marujas que tienen que hacer la calle porque se gastan el sueldo del marido en el bingo, o como hombrecillos sin hacienda que se dejan el sobre en las tragaperras. Todos los hemos visto (bueno, lo de las marujas me lo han contado, que uno es muy decente), enganchados a la máquina del bar con el bolsillo ora lleno, ora vacío, de monedas. Siempre los he mirado entre asombrado porque le encuentren algún gusto a cosa tan tonta, y apenado por verles arrojar a la ranura sin fondo su hacienda, y su felicidad. Es preocupante, pero es una parte pequeña, un tanto por ciento escaso de ciudadanos con ese problema, algo con una solución más de tipo terapeutico que social seguramente. Me preocupa, pero relativamente, por cuanto es algo que está diagnosticado y a lo que se encuentran paliativos. Pero lo que sí me preocupa es que el país, todo el mundo aquí, juegue a la lotería en navidad como costumbre social arraigada, y al resto de las loterías, primitivas, cupones y quinielas… porque es la única manera de salir de pobre, o al menos de salir del pozo de las hipotecas, los hijos, las trampas… Cambiar de vida no es cuestión de decisiones trascendentes, no, sino de atinar con el número que sume quince o que acabe en siete
Que uno juegue… está mal, pero que la sociedad entera no tenga otra esperanza que el bombo, no pueda ver una luz al final del túnel si no es porque a uno le toque la lotería, eso sí es preocupante. Siempre andan preguntando los de CSIC qué es lo que más nos preocupa, el paro, el terrorismo, la droga… a mí me preocupa la desilusión en que vivimos.
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