Letanía del optimista

Tengo una espina en la boca
cada vez que te recuerdo.
Dice el reloj de pared
las tres en punto y sereno.
En los árboles del parque
hay uno que no está lleno
de estorninos, como todos,
está lleno de misterio.
Yo no me siento en un banco donde haya sombra de piedra,
solo bajo sombra de árbol para que el viento la mueva
y es que me consuela tanto verla bailar en las letras
que los libros en mis manos con la verdad se pasean.
Vuelve, que no te has dejado
olvidado ni un pañuelo.
Vete, que he visto en mi cama
que no dejabas ni el hueco.
Yo desayuno tostadas
café con leche y silencio,
en la radio dicen cosas,
por ninguna me intereso,
me suelen interesar
lo que silban los jilgueros.
Los colorines que anidan
enfrente en un platanero
me han dicho que andabas sola
en medio del aguacero
y como un terrón de azúcar
te diluiste en el suelo.
Esta noche gran velada, yo bailando por la acera,
agarrado a las farolas como en una borrachera,
lanzando al alto el paraguas y mirando cómo vuela,
yo he fabricado el murciélago que no caza ni una estrella.
Mi madre viene a arroparme
y se le cae el pañuelo.
Cuando yo arropo a mi hija
se me cae el libro al suelo.
En esta familia nunca
llegamos solos al sueño.
Una arañita que vive
en una esquina del techo
me está tomando medidas
para tejerme un chaleco.
¡Vivan las madres que arropan,
los padres que leen cuentos,
que prefieren telarañas
a los rincones desiertos
y un gato que tira un plato
mucho mejor que un silencio!
¿Adónde irán las pizarras que no viven en la escuela?
A casa del coronel a servirle de conciencia,
al mostrador de los bancos, a la tinta de la esquela
donde se anuncia que ha muerto, descanse en paz, la inocencia.
Yo no sé lo que me pasa
que cada vez que te veo
se me mete por los ojos
algo que llevaba el viento,
se me mete una pestaña,
una mota, un pensamiento.
Luego tengo que lavarme
en la fuente del paseo.
Para cuando vuelvo a ver
tú ya me llevas cien metros,
veinte años, dos mil arrugas,
y cuatro mil desconsuelos.
Porque me haga compañía
me voy a comprar un perro,
¿Quiere usted que se lo envuelva
o se lo va a llevar puesto?
Cuando tú me dices algo siempre tengo la certeza
de que piensan los relojes lo mismo que en tu cabeza,
dices tictac y tictac, y subes y bajas pesas
y que te sacas del bolso un péndulo y me golpeas.
Tengo un sombrero de paja
tengo un sombrero de fieltro,
cuando hace sol no me mojo,
cuando hace frío voy fresco.
El ciprés tiene la sombra
igual que un carabinero,
tan alargada y funesta
que se diría de féretro,
yo la esquivo al caminar
no se me encanezca el pelo.
Me dará la castañera
confesión a cielo abierto.
Confieso que he sido impío,
que sigo triste y risueño,
que santifico los martes,
que si ayuno no es de sexo,
que era más bueno mi padre
que el que cuenta el padrenuestro.
Qué felices los pinzones
en las mañanas de enero,
el chorrito de la fuente
un bastón de caramelo
y el aliento de los novios
dibuja en el aire besos.
Ay que la niña viene por la vereda
con la falda de flores de primavera,
lleva la flor más linda entre las piernas,
de allí qué miel tan dulce libó una abeja.
Me voy a comprar el pan
pero me dejo el dinero,
el panadero me fía,
qué listo es el panadero.
La pescatera también
me da un pez y se lo debo,
y no me enseña a pescar
que habría sido más lento.
Al día siguiente voy
y les pago lo que adeudo.
Salgo en los telediarios
y me ponen como ejemplo.
Pongan puertas en el campo
y en las paredes letreros
«El cielo está de ocho a dos
y de cuatro a seis abierto.
Reserve aquí su parcela,
ahora le hacemos descuento.
Gran liquidación de ángeles
de la guarda: como nuevos».
En las cárceles hay tantos miles de rejas
que pondríamos un barrote alrededor de la tierra
y con las anillas de todas las cadenas
podríamos colgarle cortinas al planeta.
Y aunque me ves que me ves
que me ves que me exalto,
es una gota de calma
que rebosa el vaso.
Y aunque me ves que me ves
que me vengo exaltando,
solo es que junto emociones
para guardar en un tarro.
Están las golondrinas
siempre jugando
y el ala a tus cristales
siempre llamando,
y aunque tú no les abras
nos van dejando
todas las primaveras
revoloteando.
¿Dónde irá de madrugada una muchacha tan bella,
con los ojos tan abiertos, con la cara tan despierta,
oliendo a agua y jabón, café con leche y galletas,
irá a tirar de las barbas al sol para que amanezca?
Yo quiero ser tan claro
como el lucero.
Yo quiero ser tan limpio
como un nevero
y vivir en lo alto
y fundirme en la tierra
por los barrancos.
Que llegue abril,
que llegue mayo,
y derretirme
con el solano,
en una nube
volar dejando
todas las cosas
muy muy abajo.

Tomás Galindo ©

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