Espejo espejito

¡Espejito maravilooosooooo!  ¿Hay alguno más guapo que yo?
Nuevamente a vueltas con mi espejo. No sé qué me pasa, que últimamente me miro mucho al espejo. Andaba esta mañana mirándome, mientras me afeitaba, y pensaba, para mí­ mismo: qué bueno que estoy, que dicen Los Mojinos, chico, cada dí­a me veo más interesante. Hay vinos que se avinagran con el tiempo, y otros ganan en aroma y solera. Pero yo estoy muy bien, eh, pero que muy bien.
Y en estas andaba yo con la maquinilla, cuando, haciendo el chorras, voy y le digo al espejo: ¡Espejo espejito! ¿Hay alguno más hermoso que yo?
Y, toma castaña, aparece como la sombra de una cara distorsionada y fantasmal en el espejo, y dice con voz de ultratumba:

-«Antonio Banderas, Brad Pitt, Chayanne, Eduardo Noriega, George Clooney, Harrison Ford, Keanu Reeves, Matt Damon, Miguel Bosé, Pierce Brosnan, Juan Diego Botto, Carlos Moyá, Ralph Fiennes, Richard Gere, Liberto Rabal, David Beckham, Ricky Martin, Russel Crowe, Tom Cruise, Alejando Fernández, Will Smith, Brendan Fraser, Bruce Willis, Carlos Ponce, Jeremy Irons, Leonardo Di Caprio, Liam Neeson, Jesús Vázquez, Rob Lowe, Mel Gibson, Iván Helguera, Sean Connery, Javier Bardem, Eloy Azorí­n, Ethan Hawke, Jude Law, Rupert Everett, Aitor Ocio, Benicio del Toro, Hug Grant, Carmelo Gómez, Imanol Arias, Tristán Ulloa, Jordi Mollá, Jose Coronado…

A ver cómo le explico yo a Manuela lo del espejo que se me ha roto… Tontamente.

El zorro

Era mediodí­a y el sol pegaba fuerte por encima de los pinos. No debí­a estar caminado por el campo a esas horas y con ese calor. Me puse un pañuelo con cuatro nudos en la cabeza, como un paleta en un andamio y seguí­ por el camino polvoriento. Zumbaban todo tipo de amenazantes insectos a mi alrededor y habí­a en el ambiente un sonido de vida y de naturaleza, un sonido cómodo, que dejaba oí­r cualquier matiz, cualquier nuevo instrumento, cualquier eco.
Unos metros más adelante vi el rí­o, desde esta orilla no podí­a vadearlo, deberí­a ir más arriba o más abajo, pero la vista era bonita: el rí­o tras unos arbustos, donde me habí­a metido yo, con un agua verde y lenta, y al otro lado, una pequeña playa pedregosa, los altos álamos y una gentil zorrilla acercándose pizpireta al agua.
Coño… sí­, es un zorro. Caray, nunca habí­a visto un zorro así­, en el campo, al natural, sin una reja delante y un cartel. Con los arbustos no me ve, ni me huele, porque el viento viene de allí­. Seguramente irá a beber, con este calor… pero es raro, mira y mira y olisquea hacia los lados, se queda extrañamente quieto ¿tendrá una presa cerca? No puede ser, salvo que la presa sea un pez o una rana, está muy cerca del agua. Ahora se da la vuelta, mira en la gravilla, por entre los árboles, y coge algo del suelo con la boca… es una ramita. Qué raro, un zorro que coge una ramita del suelo con los dientes. Una ramita, como de un palmo de larga o poco más, con un par de hojitas secas en la punta ¿para qué la querrá? Decididamente esa raposa hace cosas raras. Me la quedo mirando, o me lo quedo mirando, según sea zorro o raposa, mientras sigue inspeccionando los alrededores, inquieto, desconfiado, con la rama en la boca. Se queda mirando hacia los árboles y retrocede por la playa de arenisca hasta llegar al borde del agua de espaldas, mojándose las patas traseras. ¿Algo le amenaza que le obliga a meterse en el agua de culo? ¿Y la ramita qué pinta? Es muy extraño todo esto: el zorrito va entrando poco a poco, muy lentamente en el lento fluir del rí­o, metiendo las patas traseras y la punta del rabo. Sí­, compruebo, que paso a paso y muy lentamente, se va metiendo en el agua de espaldas, sin dejar de mirar nervioso hacia los lados, y sosteniendo la ramita en la boca. Ya tiene las patas delanteras también en el agua, y las traseras casi enteramente mojadas, junto con el rabo. Si hay algo que le amenace entre los árboles, yo no lo veo, y el zorro sigue su marcha atrás, su lenta marcha atrás hacia el rí­o, ya le llega el agua al vientre y tiene las patas enteramente dentro del agua. Se estará refrescando, digo yo. Pero si fuera eso no estarí­a entrando de espaldas ¿tanto miedo tiene de algún potencial enemigo que le coja desprevenido? ¿Y por qué sostiene la ramita con los dientes? A lo tonto a lo tonto, ya lleva un ratito, ya, no parece tener prisa, va poquito a poco entrando, pasito a paso, dentro del agua, ya le llega por medio cuerpo, por el cuello incluso. El agua baja mansamente y no lo arrastra, el zorro sigue moviéndose con lentitud, ya medio nadando, se nota que dobla las patas para meterse más en el agua, evitando flotar, ya sólo tiene fuera del agua el cuello y la cabeza, y aun esto lo va mentiendo poco a poco dentro del rí­o. un minuto más tarde sólo le asoman del agua el hocico y los ojos. Y la puñetera ramica que no la suelta. Aguanta así­ un rato, por el movimiento que adivino, más que veo, de su cuerpo y sus patas, hace esfuerzos por mantenerse en el sitio y no nadar ni flotar, y ahora… ¡hop! ¡increible! ¡ha metido la cabeza enteramente dentro del agua ¡sólo se ve la ramita!
Y de repente, zas, sale corriendo como alma que lleva el diablo, perdiéndose entre los árboles, sin parar ni a sacudirse el pelaje, y sólo quedan de su presencia las ondas en el agua y la ramita flotando lentamente, mansamente, por el rí­o abajo.
Me doy cuenta de que me he meado en los zapatos, con esto de no quitarle ojo al condenado animal.
Algo me dice que me voy a volver mico tratando de desentrañar el sentido de toda esta historia zorruna, si es que lo tiene.

Dime algo corto y chocante


Se me quejaba un amigo (ya no tanto) de que mis escritos son largos. ¿Largos? Ah, no, eso sí­ que no. Mis escritos pueden ser buenos o malos, pero duran lo que tienen que durar. Lo que sucede es que lo primero que compara uno cuando lee blogs es la extensión de los textos y la foto. Me niego a escribir algo corto y chocante, aun suponiendo que supiera hacerlo.
Desde que la gente tiene enormes facilidades para divulgar lo que escribe, admitámoslo, escribir está de moda. Pero ¿escribir qué? No, una novela es algo muy largo, quién se pone a eso, sólo cuatro profesionales y cuatro pirado. ¿Cuentos? …Psché, los cuentos, ya se sabe, es lo que escribe uno para un concurso o cuando tiene una idea que no sabe desarrollar. ¿Entonces? O poesí­a… o aforismos. No queda otra. Uno, si quiere escribir, y que lo lean, y no aburrirse ni aburrir, ha de dedicarse al pensamiento corto y vistoso. ¡Es como los anuncios de la tele, pero para anunciar tus propios pensamientos! Sí­, copiamos la técnica de los anuncios y vendemos esa idea, ese pensamiento que se nos ha ocurrido, vistiéndolo de colores chillones y dándole un aire divertido. Tenemos una idea y ¿cómo la exponemos para que nos la lean? pues diciendo algo corto y chocante.
Nos estamos dejando atrás el paisaje, el color, a fuerza de contar el extracto de las cosas. Nos estamos dejando la raí­z y el tallo y el pétalo a fuerza de exponer el extracto de la flor. De todos los refranes idiotas que se consideran sabios ninguno es más idiota, falso y mentiroso como aquel que dice que lo bueno, si breve, dos veces bueno. ¡No, coño, no! ¡Lo bueno… que dure, leche! El refrán correcto serí­a, lo malo si breve, mejor.
Mal haya el blog que está propiciando la literatura de corte publicitario, el pensamiento-clip, la filosofí­a de frase de almanaque. Mal haya el blog que poda las palabras hasta dejarlas reducidas al esqueleto de las cosas, porque la cortedad expresiva es expresión de poquedad intelectiva, y pescadilla que se muerde la cola. Cuanto menos piensas menos escribes, cuanto menos escribes, menos piensas. La palabra llama al pensamiento y uno cuando se pone a escribir nota cómo se le van apoderando las palabras y le salen pensamientos que a priori no tení­a.
No me digas algo corto y chocante, dime algo interesante, y emplea las palabras justas, ni una más, pero ni una menos.

Palabras

nosotros somos de voz y de palabra
tanto como de sangre carne y hueso
somos de ví­scera y epí­teto
y de tendones y de pronombres
esos golpes de voz tan milagrosos
que llevan las ideas a otro lado
a otro que está a otro lado
sí­labas sí­labas que estallan entre los ojos
morfemas palatales y labiales
esdrújulas que asoman en la esquina
verbos que se estiran y se encogen hasta encajar en pensamientos
crecemos con el verbo crecer
y nuestros actos son verbo sobre verbo
hablamos y vivimos juntamente
viendo oyendo aprendiendo
sintiendo yendo viniendo
devorando soñando olvidando
y vemos pasar los adverbios
rápidamente subrepticiamente
inadvertidamente constantemente
hasta que un dí­a sustantivo
nos moriremos llenos de palabras
yéndonos despacio con vocablos
al alba nube acantilado cosmos
pincel cintura nacimiento vino
fantasí­a sudor fin hipocampo
albaricoque margarita sueño
cosas que no existirí­an si no tuvieran nombre
conceptos que se crean de la nada en su bautismo
chispazos de sonido y de grafí­a
que se materializan en paredes
en árboles en muslos en ventisca
y yo digo tu nombre y apareces
con un chasquido de dedos invisible
pasas de lo incorpóreo a lo sólido
se funde tu volumen en los conceptos
hermosa grácil cantarina
firme traviesa enamorada
tenaz abierta inteligente
femenina consecuente dulce
y son y somos palabras
como el mar es mar o tal vez mares
así­ me acabaré
en un adiós sin brisa
en pasados de papel y tinta
y lo que soy y fui serán palabras
en ellas viviré mientras que vivan
para aquellos que pronuncien mi nombre
y diciendo de mí­ que fui sereno
callado simple huraño
irónico mordaz y tolerante
un poco loco un poco niño algo poeta
que quise mucho y mucho fui querido
se irán fundiendo los ecos en los ecos
hasta quedar silentes
y haber sido
Tomás Galindo ®

La señorita de los caramelos


La maestrita es hermosa,
pizpireta, de ojos bellos,
y tiene varias docenas
de enamorados risueños
que le estiran de la falda
y se le cuelgan al cuello,
-¡Señorita!- la requieren,
¡Señorita!- van diciendo,
yendo su vivaz mirada
de verde relampagueo
alumbrando toda el aula
de esclarecidos destellos.
Un ángel con guardapolvo
que ha bajado de los cielos,
va repartiendo a los niños
de un cajón que está repleto
de dulces y golosinas,
peladillas y consejos,
regalices y lecciones
mezclando cuentas y cuentos.
Qué bullicio son sus clases,
cuánto estudiantillo inquieto
ha aprendido las verdades
de la ciencia con sus juegos
y, al corro, sin darse cuenta,
la vida en su fundamento.
Cuántos se han inoculado
raciocinio sin saberlo.
Y con un beso en la frente
y un revolverles el pelo,
les da enseñanza y cariño
todo con el mismo gesto.
Pero suena la campana,
porque siempre queda un pero,
y estalla en mitad del aula
como un silencioso trueno,
llevándose los muchachos
consigo un revoloteo
de libros y de carteras,
de risas y lapiceros.
Cuando la clase se acaba
se le cae el mundo al suelo.
Cuando la clase se acaba
es como aquellos muñecos
de resorte que se quedan
sin cuerda, en medio
de un redoble de tambor.
¡Si suspendida en el tiempo
pudiera quedarse el alma
hasta oí­r sonar riendo
la campanita que llama
a los niños al colegio!
Cuál será su desventura,
qué doloroso secreto,
el agüita de qué fuente
se le escapó entre los dedos,
el tiempo de qué reloj
hace tictac en su seno.
Si pudiera no volver
a su casa, a ser de nuevo
el fantasma de sí­ misma,
el encadenado espectro,
el rosal cuyas raí­ces
pugnan por romper el tiesto.
Si pudiera enajenarse
el espí­ritu del cuerpo.
Cuando la clase se acaba
y el aula queda en silencio,
perdiéndose en los pasillos
tantos bulliciosos ecos,
ella borra la pizarra
y recoge los cuadernos.
El sol que se va descubre
en sus dorados cabellos
finas hebras de metal
que son un chisporroteo.
Y cuando nadie la ve
y está el pasillo desierto,
en la mitad de la frente
rompen de pronto sus sueños,
inundando sus mejillas
unos lagrimones tiernos.
La maestrita es que tiene
una colmena en el pecho
que le bulle y que le zumba
y no la deja en sosiego,
pero convierte en azúcar
sus amargos sentimientos.
Le vuelve el dolor en miel,
en canela los recuerdos,
en aromas de limón
y menta los pensamientos.
Y cuando nadie la ve,
tan dulce es su sufrimiento
que va metiendo al cajón,
para sus niños pequeños,
sus lagrimitas envueltas
en papel de caramelo.
* * * T. Galindo®

La guarderí­a de Silvia.


Ella era la Silvia la del tontico, luego el hijo, el tontico, era eso: el tontico; y el marido, y padre de inocente era el Juanito el de la Silvia. Se ve que el que menos pintaba en la familia era el varón. La Silvia la del tontico, que todo el mundo la llamaba así­ menos a la cara, claro, era una mujer de esas que salen movidas en las fotos, ya se lo decí­a su abnegada madre cuando aún era una crí­a.
-Ay, esta crí­a no para quieta un momento, parece que tenga azogue.
Ahora no se le llama azogue, ni baile de san Vito, no, ahora serí­a una niña hiperactiva y la llevarí­an al psicólogo. Antes con una torta de vez en cuando se suplí­a perfectamente. Silvia es grande y tirando a gorda, aunque, no hace tanto, era lo que se llama una jamona, una real hembra, una mujer de buen ver, hermosota, rubicunda, coloradota, de no haber tenido esa cara de pan habrí­a sido musa del gremio de la construcción en el barrio. El Juanito en cambio era bien poca cosa, de carnes escurridas, le llegaba a ella a la nariz y pesaba un par de arrobas menos. Seguramente lo del niño serí­a culpa de su fí­sico enfermizo y escuálido, y no de ella, una mujer tan sanota. La Silvia y el Juanito se pegaron la mar de años queriendo tener un hijo y sin conseguirlo. Qué tristes estaban. Los dos, eh, eso que quede claro, estaban tristes los dos, porque en eso, y en todo lo demás, eran un matrimonio muy unido. Ella mandaba y él decí­a amén, que también tiene su mérito. Fueron a médicos, que no les vieron nada de particular, hicieron novenas y rogativas, vigilaron la temperatura basal… (-¿Cuálo? -¡A ver si estaba caliente ella para preñarse, coño! -Ah, bueno, así­ sí­ se entiende.) Y cuando estaban pensando en ir a una piedra muy famosa que hay en Galicia, que dicen que si se tumba en ella la mujer, se queda, zas, que la rana dijo que sí­. Después de tantos años, qué contento en esa casa. Luego salió el niño tonto, vaya por dios, qué pena, pero ya ven, ellos lo llevan tan ricamente, no se puede decir que tuvieran un momento de tristeza o de arrepentimiento.