Bocarrana

Bocarrana es el cinco de bastos.

-¿Y eso?
-Y a mí­ qué me cuenta, oiga.
Que el guiñote lo inventó un mudo es cosa sabida en tierras de Aragón, y las tocantes de Navarra, Rioja y Soria. El guiñote no tiene nada que ver con el mus, y casi nada con el tute, embrollos de otra especie, sin el encanto de este peculiar juego.
-Ciencia.
-Lo que usté diga.
En el tute los ases valen once puntos. O sea: el oré, la copeta, la espadilla y el bastillo, que tienen nombre.
-Como «Bocarrana».
-Como el cinco de bastos, sí­ señor.
Luego vienen los treses, que valen diez; los reyes cuatro, las sotas (todas ellas muy decentes) tres, y los caballos dos. Esos son los guiñotes, los que valen, las cartas que no valen son «la furrufalla». Y la ciencia esta de jugar a las cartas, o el arte, incluso, recibe el nombre de «la faricutela», cuya semántica se me oculta. Lo inventó un mudo y no valen señas ni se charla, las que hablan son las cartas.
El oré.La copeta.La espadilla.El bastillo

Resulta que amanece

Resulta que amanece,
aún el cielo es cóncavo
cajón que se destapa
con un resquicio claro.
Resulta que tú estás
sin sueño, desvelado,
y el incierto horizonte
deja escapar un rayo
de luz, y te das cuenta,
actor involuntario,
de que la tierra es esto:
la escena del milagro.
Podrí­as ser un pez,
una cigarra, un árbol,
no estar ahí­ consciente
de estar solo y cansado;
y el sol, el simple sol,
ese disco rosado
que agrieta el horizonte,
hoy bosteza a tu lado;
y te das cuenta entonces
del divino entramado,
de la tierra que gira
y te va transportando;
te sientes pasajero
de la nave en que vamos;
te sientes pasajero
pues durarás, al cabo,
otros pocos bostezos
del fidedigno astro.
Qué pequeño y qué poco
-acaso innecesario-
qué disuelto en la suma
del elemento humano.
Resulta que amanece,
la luz hiere tus párpados;
con una hostia blanca
comulgan los tejados
y la noche se escapa
a los lomos de un gato.
Has cobrado conciencia
de estar solo entre tantos,
porque a pesar de ti
el sol no se ha alterado;
todas tus circunstancias
le traen sin cuidado,
no le importa tu insomnio
ni lo que te ha llevado
a pasarte esta noche
despierto y azogado.
Resulta que amanece,
suenan por algún lado
persianas que chirrí­an,
despertadores, pasos;
son los goznes del mundo
que cruje despertando.
La mañana se lleva
el borrón del pasado
porque la viva estrella
pudo desbaratarlo,
y tú ves que eres parte
de un todo inusitado
y sientes el impulso
con que cruza el espacio.
Y tú, apenas nada.
Y tú, apenas algo.
Apenas por encima
del gran cero asomando,
miras por la ventana
metamorfoseado
por los cinco minutos
de asombro cotidiano.
Tomás Galindo ©

De la vida, la independencia y los canastos.

Cesta de pan.   Dalí­ 1945

Cuando nacemos (voy a hacer una linda imagen) todos tenemos una vida por delante: los mimbres con los que hacer un cesto. Unos nacen de pie, en buenas familias, con salud, con dinero; otros no, o no tanto; no tienen posibles, no están bien de salud. Unos tienen un buen hato de mimbres con los que hacer su cesto, y los otros, tienen cuatro mimbres cortos y quebradizos. Pero todos tenemos que apañarnos con lo que hay y emprender la tarea de urdir el cesto. La gente de alrededor nos ayuda o nos estorba, todos dependemos de los demás, y los demás de nosotros. Hay quien depende de otro hasta para que le limpien el culo, para que le saquen de paseo en su silla de ruedas, para que le lean el periódico. Otros, en la cumbre de la vida, incluso de la fama, dependen de los demás para no sentirse solos y aislados, para tener un ancla que les una al mundo, para tener a alguien que les llame Pepe y no Excmo. Sr. Esa dependencia se paga, a veces basta una sonrisa, un gracias, un te quiero; otras veces hay que hacer esfuerzos extraordinarios para pagar, incluso cambiar de vida. Con estas ayudas, o impedimentos, y con estos mimbres, con lo que hay, uno hace su cesto lo mejor que puede. Llega un dí­a en que te mueres y has dejado un cesto pequeñito, en el que puede caber un huevo sin romperse, bonito, bien tejido, consistente. Otros, con tanto mimbre, dejan un atadijo informe, quizá grande, pero lleno de agujeros, mal trenzado, torcido, donde metes dos docenas de huevos y se vuelca y se desparraman y se rompen.
Aquí­ ando, tejiendo y destejiendo el cesto lo mejor que sé y puedo. Qué asco me doy cuando me pongo filosófico, joder, menos mal que me pasa pocas veces al lustro.

Los buenos

ciegos y sordos y sin manos
que palpen lo cercano
cantamos sin hacer caso de presagios
como los juglares ante el año mil
no conoce nuestra frente la ceniza
y antes dispuestos al desnudo
que a vestirnos de saco
nos enjoyamos de lluvia y nos pintamos de arco iris
porque todas las balas son pardas
y la sonrisa carmí­n
y adictos a la alegrí­a necesaria
a la locura imprescindible
al amor irrefrenable
y a ver volar los pájaros
somos la sal y la pimienta
la flor en el pelo y el silbo del caminante
no queremos
que no nos quieran
no compramos nada que se venda
cambiamos un dios todopoderoso
por otro que pueda menos pero quiera más
no pensamos aclarar el misterio de la vida
porque no somos tan listos
ni esperamos nada
porque tampoco somos tan tontos
no creemos en ninguna de las verdaderas fes
porque nos da la risa
y desconfiamos de los dioses porque no tienen amigos
y a pesar de la piedras y los palos
de las espaldas vueltas
y los pulgares hacia abajo
a pesar de látigos y rejas
de relojes y autobuses
de los uniformes y la lógica
estamos firmemente asentados
en la arena movediza de los sueños
anclados a las nubes con forma de animales
y abrazados los unos a los otros
se nos ve por parques y jardines
con perros y con niños
se nos ve a la tarde del brazo de un viejo
o charlando de noche con pobres putas y poetas
se nos adivina tras la narizota del payaso
sobre el caballo del tiovivo
bajo la chistera del ilusionista
delante del escaparate de los pollitos y los cachorros
se nos distingue enseguida por los ojos grandes
por la mirada inquieta
por la sonrisa franca
por el bolsillo vací­o
porque llevamos a un niño de la mano
con un globo azul
y nos reconocemos por el aire
nos guiñamos el ojo
nos besamos las mejillas
somos los esforzados optimistas
las gentes sencillas
los buenos contumaces
buenamente empeñados
en cundir con el ejemplo
y en conseguir que
dí­a a dí­a
se mueva el mundo
Tomás Galindo ©

La democracia matizada.


Decí­a Churchil, que era un señor que siempre decí­a cosas, que la democracia es el peor sistema de gobierno que existe… exceptuando todos los demás. No sé del todo si es cierto, puede que se aproxime, de momento la democracia parece que va durando. Al menos más que a los que la inventaron, que les dieron mucho por saco. Otros sistemas fracasaron con mayor o menor estrépito. El del fascismo con mucha ví­ctima, el del comunismo como el rosario de la aurora. A Fidel se le quedó la cara así­ cuando cayó el muro, y Carrillo debió quedarse sin dacha para ir de veraneo con los amigotes de tiempos pretéritos. Los paí­ses árabes van de culo y cuesta abajo, como corresponde a naciones que prescinden en lo polí­tico, y en otras cosas, del concurso de la mujer. Monarquí­as de las de por la gracia de dios ya no quedan. Y las tiraní­as y dictaduras de andar por casa, o por el patio de atrás de usa y sus equivalentes, dan muy mal en televisión, siempre llenas de estudiantes y obreros masacraditos. Así­ que, como decí­a al principio, nos queda la democracia. Yo me apunto. Pero hago matices. Me opongo a aquello de un hombre, un voto ¿por qué?. ¿Acaso tiene tanto peso en la sociedad el doctro criterio de un prócer que el de cualquier pelagatos? Me opongo. Yo, con mi superior inteligencia, me veo constreñido a usar de un solo voto, igual que mi cuñado Pepe, que tiene problemas para atarse los zapatos, o que mi señora tí­a Fuencisla, que anda aún empeñada en que lo de que el hombre fue a la luna es una filfa, y que se empeña en cambiar de canal con el teléfono móvil. Yo reclamo una mayor dotación de votos para las gentes que tenemos un coeficiente de inteligencia superior a 150, y que, por el contrario, quienes rozan en la imbecilidad, tengan que formar peñas de votantes y ponerse de acuerdo para insacular un único voto colectivo.
Se dijo «La imaginación al poder», y los imaginativos no sabí­an hacer la o con un vaso. Yo os propongo «La inteligencia al poder» y me postulo, ya mismo, como candidato único, y sobrado, para las próximas elecciones. Votadme ¡ea! …¿creéis que lo iba a hacer peor?