Quisicosas

Sí­, yo tení­a que haber escrito algo hace dí­as, es más, tení­a varios temas para desarrollar:

Ya nadie se llama Nuño.
El otro dí­a conocí­ a una Mencí­a. Coño, me dije, Mencí­a a secas no suena bien, alguien que se llame así­ ha de llevar el doña delante ¿no? Es como alguien que se llame Nuño, no es nombre para un niño, sino para un don Nuño, igual por eso ya nadie se llama Nuño, porque ¿cómo le iban a decir al nene, Nuñito? O igual es, simplemente, porque hay nombres que suenan a antiguo, a señor o señora de tiempos pretéritos, a gente arcaica. Ya nadie le pone a su nene Nuño, ni Mencí­a, ni Fernán (no Fernando, no, Fernán), ni Pero, Lope, Mendo, Brí­gida, Urraca, Berenguela, Manfredo, Suero, Gil, Tirso, Oliva, Lorenza, Pabla, Onofre, Ludivina, Severo, Crispí­n, Cunegunda, Sisenando… Habrí­a que hacer una campaña o algo para, por lo menos, que los gitanicos no se llamaran Kevin y Yósua y Mélani y volvieran a sus Rocí­os y sus Migueles de los Santos de toda la vida.

El esbarizaculos de mi padre.
Casualmente encuentro una foto de Zaragoza, me sale por ahí­ inopinadamente, es esta:

El puente de hierro. Cuando yo era chico sólo habí­a dos puentes sobre el Ebro en Zaragoza, uno era este, y el otro el de Piedra, luego se pusieron a construir el de Santiago, que nos parecí­a una obra faraónica. También habí­a una pasarela de hierro, sólo para peatones, en la que habí­a que pagar una perrica para cruzar. La barca del tí­o Toni yo no la llegué a conocer.
El caso es que, siempre que veo ese puente me acuerdo de mi padre, que, de niño, vivió justo al principio, según se entra en la ciudad, en el Rabal, calle Corralé. Y contaba que en aquellos tiempos no habí­a toboganes ni columpios en los parques para los crí­os, o sea, toboganes no decí­a, decí­a esbarizaculos, claro, en buen aragonés, y los chicos, que entonces campaban por sus respetos y tanto daba si se hací­an un escorchón en la rodilla como si se daban un tozolón y s’esnucaban, los chicos, digo, se dedicaban a pasar el puente de hierro por encima, por los arcos, y a dejarse caer esbarizándose cuando llegaban a lo alto. Un dí­a a uno lo tiró el cierzo, lógico, que siempre sopla endemoniadamente por ese tiro de escopeta que viene a ser el Ebro a su paso por Zaragoza, y el chico se agarró a lo primero que pudo, un cable, del tranví­a, allí­ se quedó agarrado el pobrecico para siempre jamás. Ya se sabe, angelicos al cielo. Y a los cuatro dí­as vuelta a subirse a los arcos los zagales ¡rediós, chiqué, que te vas a matar, baja d’ahi cagüen cristo! y a salir corriendo delante del municipal que los encorrí­a a gorrazos, un dí­a a mangarle la garrocha al farolero, y otro a burlarse de los de la manga de regar ¡la manga irriegaaa que aquí­ no llega, si llegarí­a me mojarí­a! y hala todos chipií us, con el frí­o que hace y de pantalón corto, vaya somanta palos nos espera, con la zapatilla…
Hostia, luego los maños estos se volvieron muy chulos y como el puente estaba viejuno ¿qué se les ocurrió? pues nada, nada, vamos y ponemos otro puente al lado de este, que está en buen sitio… ¡no, hombre, mejor dos, uno para ir y otro para venir! Dicho y hecho, y ahora tienen tres puentes junticos, el de ir, el de venir y el de pasear y tirar piedricas al rí­o ¡qué farutes!. ¡No vamos a ser menos que en Madriz! dicen.

La regla
La regla, la regla, tanto con la regla. Que sí­, que a ti no te afecta (¡Ja!) La culpa de la regla la tenéis las mujeres. Si los hombres tuviéramos la regla ya no existirí­a, ya habrí­amos inventado algo para no tenerla. ¡Hay que ver cómo sois de contumaces! Vaya empeño en tener la regla ¡para qué!

Las tradiciones son para joderlas.
Acabemos de una vez por todas con las tradiciones. Para hacer algo hace falta un motivo, y no la mera inercia. Es que en este pueblo es tradición que cada año… ¡qué! ¿que cada año hacéis la misma gilipollez ya no se sabe por qué? ¡Venga, hombre! Pues si lo que queréis es un dí­a de fiesta, o los que sean, primero se elige buena fecha, en junio, por ejemplo, que hace buen tiempo, y no en febrero, que llueve o hace un frí­o que pela para andar por la calle de celebración, y luego se hace algo entretenido, una comida, unos juegos, bailes, algo para chicos y grandes, y no eso del baile de los viejos vestidos de tontos antiguos pegando brincos con los brazos arriba al sonido del tambor y el pito ¿pero hay cosa más horripilante que esos ruidos del tambor y el pito? ¿Y por qué hay que vestirse raro? Y si te quieres vestir raro ¿por qué de aldeano del siglo XIX y no de romano del II, por ejemplo, o de astronauta, o de Elvis? ¿Por qué los trajes tí­picos-folclóricos son de principios del siglo XX y finales del XIX y no de cualquier otra época? ¿Y si gustan tanto las tradiciones por qué no inventamos una? Una que sea práctica y bonita y guste a todos. Y que tenga un poco de lógica, Porrrrrdiósssss.
De momento alguna tradición ya va cayendo. En varios pueblos se celebraba mucho la fiesta de santa Águeda (5 de febrero) y ese dí­a mandaban las mujeres, y el señor alcalde cedí­a el mando a una «alcaldesa». Ahora en varios de esos pueblos ya no tiene sentido la tradición, ya que hay alcaldesas todo el año ¡que se jodan! ¿Qué harán ahora, le darán el mando a un «alcalde» por un dí­a y andarán los tí­os mariconeando?

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