Tal día como hoy

¡Qué arbolito ni qué arbolito, aquí lo que se monta el día de “la Purisma” es EL BELÉN.
Ya están todos los niños, a estas horas, sacando los camellos (ya, ya sé que son dromedarios, pero les llamamos camellos) de sus cajas de zapatos. Entre periódicos arrugados; los reyes magos, el san José, la virgen, el niño, el angelico que irá colgado de un hilo encima del pesebre; hay pastorcillos que se van acercando, uno lleva un zurrón, otro un corderillo al hombro, algunos van tocando chirimías y vihuelas, y un pastorcillo más chico aporrea una zambomba; la vieja que lava en el río, río que, por supuesto, es de papel de plata sujeto en sus bordes con auténticas piedras que los niños han ido recogiendo de la playa, del monte, del parque… Hay ovejas y corderos, todo un rebaño, y alguna cabra con sus cuernos retorcidos triscando sobre un monte de corcho, auténtica corteza de alcornoque rugosa; hay ocas y patitos nadando en el riachuelo. Por supuesto, el río tiene un puente de madera sobre el que camina altanera la chica con el cantarillo en la cabeza (es la única del belén que tiene escote y unas teticas muy curiosas). Otra moza lleva un canasto apoyado en la cadera repleto de algo que lo mismo pueden ser lechugas que culos de pollo. En los belenes de más prosapia los reyes magos llevan pajes que sujetan a los camellos por el ronzal, y las figuras de mayor importancia pasan de generación en generación, mientras que otras tienen vidas más efímeras, como las ovejas y los cochinitos, que son las que los padres dejan mover a los hijos y, claro, se acaban rompiendo. Nosotros teníamos ovejas con lana auténtica, y unos reyes que, montados en sus camellos, alzaban casi dos palmos. El belén tenía que estar puesto en el comedor, en la mesa grande, o sobre un gran tablero con un paño para disimular las patas y que no se vieran todas las cajas vacías que había debajo, y en una esquina, para que el corcho y las ramas de pino y de carrasca pudieran reposar directamente sobre la pared.
Hoy se ponía el belén, y no se quitaba hasta el día siete de enero. Durante ese lapso, en algunos belenes, si son espaciosos, los niños más conspicuos exigen de sus mayores que los reyes vayan poco a poco acercándose al pesebre, al nacimiento, como también se conoce a los belenes en algunas regiones; con esta maniobra de aproximación consiguen que el esperado día de reyes, que parece inalcanzable se haga cada vez más cercano.
En algunos sitios tienen sus propias figuritas populares, como la mujer haciendo migas, o hasta un cura con un paraguas ¡sí señor, un cura, pasa algo! Pero el que más popularidad ha cobrado últimamente es el “caganer”, que empezó siendo un pastorcito cagando, con el culo al aire y su mierdecica y todo, y que ahora, por mor de los adelantos que en todo han de meterse, ha acabado siendo un personaje popular, con su propia cara, y en cualquier belén puedes encontrarte cagando en una esquina al rey, el papa, el presidente y a cualquier personaje de actualidad.
Luego hay los belenes de exposición, conste que hay incluso concursos, y asociaciones belenistas; belenes donde se mueven las aspas de los molinos, se enciende el sol, la luna y las estrellas según la hora; belenes articulados, donde el herrero machaca una y otra vez el yunque, y el fuelle sopla y sopla; donde la rueca de la vieja no para de hilar. Hay belenes donde el río no es de papel de plata, sino de agua, auténtica agua que moja y que sale de un pequeño surtidor. Estos ya suelen ser belenes de escaparate de tienda de prosapia, de recibidor de ayuntamiento, de salón parroquial.
Detesto, eso sí, los belenes vivientes, donde pobres marías yertas de frío se sorben el moco, a pesar de llevar bajo sus sayas virginales la camiseta de algodón gorda, el forro polar, y dos pares de calcetines, menos mal que las faldas le tapan los pies, con las botas de descanso de esquí. Y todos esos sanjosés, melchores, gaspares, con barbas de crespo hilo de nailon ¡y no digamos si no han conseguido un negro para que haga de Baltasar! Porque no hay cosa más fea que un baltasar de pega tiznado de pintura negruzca.
Los belenes tienen su aquel, como cualquier cosa que se monte, un lego, un meccano, una arquitectura de maderitas, tiene su encanto, el de componer algo, el de construir algo, y más si es cosa que se hace en familia, poniendo uno una piedra, otro un copo de musgo tapando un hueco por el que se ve la tabla de la mesa, otro amontonando ramitas rotas de pino que asemejan un gran montón de leña. Lo malo que tienen los belenes es el sonido, ese ruido infernal de villancico, ya saben, esa canción que todo el mundo se cree que sabe cantar pero que en realidad tiene mil letras erráticas y diferentes en las que tropiezan las voces de toda la familia. ¿Alguien se sabe la letra de “Noche de Paz”? Ya viene la vieja con el aguinaldo, le parece mucho, le viene quitando ¡qué coño quiere decir eso! Pero mira cómo beben los peces en el río… ¡otro que tal! Hacia Belén va una burra rinrrín yo me remendaba yo me remendé yo puse un remiendo yo me lo quité… En el portal de Bele-én han venido los ratones y al bueno de san Jose-é le han roído los calzones ¡menos mal que hay alguno con sentido! Ande ande ande la marimorena…
Y al árbol de navidad que le den mucho por culo, oiga.

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