Tres historias tontas II

José Luis era el alma de todos los saraos, el tipo simpático que cae bien a todo el mundo, tiene amigos por todas partes y todos le conocen. José Luis, antes de que le pasase aquello, era un poco veleta, un poco bebedor (pero con un beber alegre y jaranero), y un poco disperso en sus atenciones, pasaba de contar un chiste a fulano, a pegar la hebra con mengano, a decirle a Mari Pili lo jamona que se estaba poniendo y que qué lástima que tuviera novio, o a echarle un brazo por encima a Pepe y soltarle aquello de que «ella no te merecí­a y verás que te salen mujeres a patadas». A todos les caí­a bien el simpático de José Luis, aunque el juicio era unánime: un chico de esos desbaratados, majo, pero sin seso. La mitad de nosotros esperaba que un dí­a José Luis asentara la cabeza, se formalizara, se dejara de tener una novia cada mes (o más) y cobrara fama como vendedor o relaciones públicas o algo en lo que ejercitar su don de gentes. Y la otra mitad esperaba que un marido cornudo le partiera la cara, o que se metiera en asuntos de drogas o que acabara siendo un borrachí­n sin oficio ni beneficio. Pero mientras, no habí­a fiesta a la que no se invitara a José Luis, ni jolgorio en el que no hiciera alguna de las suyas. Se hizo muy famoso cuando inventó lo del corrillo.. ¿que en qué consiste lo del corrillo? Pues cuando habí­a un corrillo nutrido de gente hablando de algo muy interesada, él se sumaba al mismo, se acercaba, se poní­a, atendiendo muy serio, se bajaba la bragueta, se sacaba la polla y se la poní­a en la mano a la chica que tuviera más cerca, con el consiguiente escándalo, gritos, carreras y risotadas de unos y otros. ¡Lo que no se le ocurra a este José Luis!
Aquello le sucedió en Baqueira, o en Astún, no recuerdo bien, pero sí­ que era un fin de semana de esquí­, y concretamente el bailongo que se monta después de pasar el dí­a en la nieve, con todos los chicos con jerseys coloridos y todas las chicas con pantalones tan tan ceñidos. José Luis andaba un poquito más alegre que de costumbre, marcándose unos bailes sincopados al estilo de los zombis de Michael Jackson y, como siempre, llamando la atención. Ella estaba en un rincón algo más oscuro, moviéndose sinuosamente, con los ojos entrecerrados, sintiendo la música. Enseguida llamó su atención: «Vaya tetas, se dijo», y se le acercó bailando a su loca manera. A los cinco minutos charlaban animadamente, ella parecí­a fácil de convencer, es más… ella parecí­a que estuviera deseando dejarse convencer. Minutos más tarde sonaba una lenta, y él y ella se apretaban en un abrazo sensual que poco o nada tení­a que ver con la música. José Luis bajó su mano y empezó a tocar con descaro, ella, sorprendida, se le quedó mirando con los ojos muy abiertos, y se abandonó a sus caricias. Al acabar la canción él le dijo un escueto
-Vamos. – y ella, curiosamente, le preguntó –
-¿Estás seguro?
A él le hizo gracia la pregunta, y por toda respuesta tiró de su mano y la condujo a su habitación. Al pasar por la salida al pasillo dijo a algunos amigos que allí­ habí­a, medio fanfarrón, medio avisando para que no les molestaran.
-Psss, chicos, vamos a colgar el cartelito de no molesten, eh, hale.
Y salió con ella de la mano, sin darse cuenta de que a su paso se formaba un extraño silencio entre los presentes, que los miraban ir sorprendidos y preocupados.
Pocos minutos después se oyeron gritos, llantos, réplicas a viva voz y gran confusión. La gente se fue acercando al oí­r el estrépito y los alaridos. Se abrió la puerta de la habitación y salió José Luis abrochándose los pantalones, con la cara encendida de rojo y tropezando con el quicio.
-¡Coño, tiene una pata de palo, joder!
-Tú eres gilipollas, macho ¿es que no lo sabí­as?
A ella tuvieron que asistirla por una crisis nerviosa. í‰l tuvo que desaparecer varios meses porque los hermanos de ella iban buscándolo para ajustarle las cuentas. Estuvo mucho tiempo que no se le levantaba.
Para que te fí­es de los que conocen a todo el mundo.

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