En memoria de Manuel Serrano García, guardia urbano, que lo contaba mejor y con menos palabras.
El duro sol se estrella sobre las boinas de dos viejos sentados a la puerta del casino del pueblo. Boinas caladas hasta los ojos, chaquetas de pana, camisas blancas abotonadas en el cuello, alpargatas de cáñamo, teces curtidas y renegridas, barbas mal afeitadas, manos huesudas sosteniéndose en sendas gayatas de boj. Uno saca el Celtas, otro el yesquero de mecha y fuman con la mirada negra y acerada perdida en un horizonte salpicado de carrascas y parches de trigo. Zumba un tábano. Cruza la calle una mujer con un cántaro en la cadera. Pasa un rato. Y un perro.
Uno de los dos levanta apenas la vista y mira al cielo:
-Pues mañana pue ser que llueva… y pue ser que no llueva.
-¡No quia Dios!
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