Arriba y abajo

Tradicionalmente (ya iba a decir normalmente) la pareja tiene dos alturas, y uno suele mirar hacia arriba y otro hacia abajo. No, no hablo de estatura, hablo de todo lo demás. La lógica nos dice que serí­a tremendamente difí­cil encontrar una pareja que gane lo mismo euro por euro, que tenga la misma educación, que pertenezca al mismo estrato social, que tenga el mismo cuerpo saleroso. Lo habitual es que uno gane más que el otro,
o que uno gane y el otro no; que uno tenga una carrera o unos estudios más importantes o completos que el otro; que uno o los padres de uno tengan mejor coche o mejor casa o mejor yate que el otro; o que uno tenga más años que el otro. O sea: que el hombre valga más que la mujer, dicho en plata. La mujer acepta bien esta situación, como algo normal. í‰l gana el dinero y la mujer administra la casa. í‰l es el que compra el coche, y ella la que compra los zapatos; él el que hace la paella los domingos, ella la que hace la sopa a diario; él el que va a trabajar, ella la que se queda en casa (aunque sea a la vuelta de su trabajo). Como mucho, él es el jefe y ella la secretaria (él el médico y ella la enfermera).
Y esto se considera dentro de lo normal, es lo habitual. Al revés no funciona. No se ven parejas, o matrimonios, donde ella vaya a trabajar y él se quede haciendo de amo de casa. Si pasa eso es de forma temporal, por unos estudios, o en caso de paro o enfermedad, no porque la pareja convenga en vivir así­ de continuo (pa cutio, que dirí­a un castizo). Lo cierto es que el hombre no aguantarí­a eso. Y eso me entristece, en parte por la poca disposición del hombre para desechar un papel tradicional de la mujer, y en parte por la poca disposición de la mujer en tomar para sí­ el papel del hombre. Todo lo más que se puede
ver en cuestión de intercambio de papeles entre hombre y mujer consiste en el toma y daca: tú eres rica, pero yo tengo carrera; tú eres funcionaria con un sueldazo fijo, pero yo soy pequeño empresario; tú eres mayor que yo, pero estás muy buena y no se te nota… cosas así­.
Cuando el burdo labriego besa una rana y se convierte en princesa no son felices y comen perdices, ella se larga a palacio pensando en lo basto que es el destripaterrones, y él se va a la choza pensando en que no iba a aguantarle esos humos más allá de dos polvos.
Aclaro que, pese a lo que haya dicho antes, estas diferencias no tienen por qué significar que uno «vale» más que otro, sino que así­ es como lo vemos. Pero el hombre ha de prevalecer sobre la mujer, es nuestro destino, y el de ellas. ¿Cambiará esto algún dí­a? Mientras tanto, la mujer sigue mirando a su hombre hacia arriba y el hombre a su mujer hacia abajo.
Es hora de que hombres y mujeres nos miremos de frente, a los ojos, a la misma altura.
Yo, mientras, puedo decir muy satisfecho que mi mujer vale más que yo.
Y que se joda la estadí­stica.

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