Categoría: Poemas

Palabras

nosotros somos de voz y de palabra tanto como de sangre carne y hueso somos de ví­scera y epí­teto y de tendones y de pronombres esos golpes de voz tan milagrosos que llevan las ideas a otro lado a otro…

La señorita de los caramelos


La maestrita es hermosa,
pizpireta, de ojos bellos,
y tiene varias docenas
de enamorados risueños
que le estiran de la falda
y se le cuelgan al cuello,
-¡Señorita!- la requieren,
¡Señorita!- van diciendo,
yendo su vivaz mirada
de verde relampagueo
alumbrando toda el aula
de esclarecidos destellos.
Un ángel con guardapolvo
que ha bajado de los cielos,
va repartiendo a los niños
de un cajón que está repleto
de dulces y golosinas,
peladillas y consejos,
regalices y lecciones
mezclando cuentas y cuentos.
Qué bullicio son sus clases,
cuánto estudiantillo inquieto
ha aprendido las verdades
de la ciencia con sus juegos
y, al corro, sin darse cuenta,
la vida en su fundamento.
Cuántos se han inoculado
raciocinio sin saberlo.
Y con un beso en la frente
y un revolverles el pelo,
les da enseñanza y cariño
todo con el mismo gesto.
Pero suena la campana,
porque siempre queda un pero,
y estalla en mitad del aula
como un silencioso trueno,
llevándose los muchachos
consigo un revoloteo
de libros y de carteras,
de risas y lapiceros.
Cuando la clase se acaba
se le cae el mundo al suelo.
Cuando la clase se acaba
es como aquellos muñecos
de resorte que se quedan
sin cuerda, en medio
de un redoble de tambor.
¡Si suspendida en el tiempo
pudiera quedarse el alma
hasta oí­r sonar riendo
la campanita que llama
a los niños al colegio!
Cuál será su desventura,
qué doloroso secreto,
el agüita de qué fuente
se le escapó entre los dedos,
el tiempo de qué reloj
hace tictac en su seno.
Si pudiera no volver
a su casa, a ser de nuevo
el fantasma de sí­ misma,
el encadenado espectro,
el rosal cuyas raí­ces
pugnan por romper el tiesto.
Si pudiera enajenarse
el espí­ritu del cuerpo.
Cuando la clase se acaba
y el aula queda en silencio,
perdiéndose en los pasillos
tantos bulliciosos ecos,
ella borra la pizarra
y recoge los cuadernos.
El sol que se va descubre
en sus dorados cabellos
finas hebras de metal
que son un chisporroteo.
Y cuando nadie la ve
y está el pasillo desierto,
en la mitad de la frente
rompen de pronto sus sueños,
inundando sus mejillas
unos lagrimones tiernos.
La maestrita es que tiene
una colmena en el pecho
que le bulle y que le zumba
y no la deja en sosiego,
pero convierte en azúcar
sus amargos sentimientos.
Le vuelve el dolor en miel,
en canela los recuerdos,
en aromas de limón
y menta los pensamientos.
Y cuando nadie la ve,
tan dulce es su sufrimiento
que va metiendo al cajón,
para sus niños pequeños,
sus lagrimitas envueltas
en papel de caramelo.
* * * T. Galindo®

in illo tempore

in illo tempore hallábase jesús rodeado de sus discí­pulos cuando se le acercó un centurión y arrodillándose imploró por la vida de su criado que le era muy amado y jesús obró el milagro a pesar a causa indiferentemente de…

Resulta que amanece

Resulta que amanece,
aún el cielo es cóncavo
cajón que se destapa
con un resquicio claro.
Resulta que tú estás
sin sueño, desvelado,
y el incierto horizonte
deja escapar un rayo
de luz, y te das cuenta,
actor involuntario,
de que la tierra es esto:
la escena del milagro.
Podrí­as ser un pez,
una cigarra, un árbol,
no estar ahí­ consciente
de estar solo y cansado;
y el sol, el simple sol,
ese disco rosado
que agrieta el horizonte,
hoy bosteza a tu lado;
y te das cuenta entonces
del divino entramado,
de la tierra que gira
y te va transportando;
te sientes pasajero
de la nave en que vamos;
te sientes pasajero
pues durarás, al cabo,
otros pocos bostezos
del fidedigno astro.
Qué pequeño y qué poco
-acaso innecesario-
qué disuelto en la suma
del elemento humano.
Resulta que amanece,
la luz hiere tus párpados;
con una hostia blanca
comulgan los tejados
y la noche se escapa
a los lomos de un gato.
Has cobrado conciencia
de estar solo entre tantos,
porque a pesar de ti
el sol no se ha alterado;
todas tus circunstancias
le traen sin cuidado,
no le importa tu insomnio
ni lo que te ha llevado
a pasarte esta noche
despierto y azogado.
Resulta que amanece,
suenan por algún lado
persianas que chirrí­an,
despertadores, pasos;
son los goznes del mundo
que cruje despertando.
La mañana se lleva
el borrón del pasado
porque la viva estrella
pudo desbaratarlo,
y tú ves que eres parte
de un todo inusitado
y sientes el impulso
con que cruza el espacio.
Y tú, apenas nada.
Y tú, apenas algo.
Apenas por encima
del gran cero asomando,
miras por la ventana
metamorfoseado
por los cinco minutos
de asombro cotidiano.
Tomás Galindo ©

Los buenos

ciegos y sordos y sin manos que palpen lo cercano cantamos sin hacer caso de presagios como los juglares ante el año mil no conoce nuestra frente la ceniza y antes dispuestos al desnudo que a vestirnos de saco nos…