De la vida, la independencia y los canastos.

Cesta de pan.   Dalí­ 1945

Cuando nacemos (voy a hacer una linda imagen) todos tenemos una vida por delante: los mimbres con los que hacer un cesto. Unos nacen de pie, en buenas familias, con salud, con dinero; otros no, o no tanto; no tienen posibles, no están bien de salud. Unos tienen un buen hato de mimbres con los que hacer su cesto, y los otros, tienen cuatro mimbres cortos y quebradizos. Pero todos tenemos que apañarnos con lo que hay y emprender la tarea de urdir el cesto. La gente de alrededor nos ayuda o nos estorba, todos dependemos de los demás, y los demás de nosotros. Hay quien depende de otro hasta para que le limpien el culo, para que le saquen de paseo en su silla de ruedas, para que le lean el periódico. Otros, en la cumbre de la vida, incluso de la fama, dependen de los demás para no sentirse solos y aislados, para tener un ancla que les una al mundo, para tener a alguien que les llame Pepe y no Excmo. Sr. Esa dependencia se paga, a veces basta una sonrisa, un gracias, un te quiero; otras veces hay que hacer esfuerzos extraordinarios para pagar, incluso cambiar de vida. Con estas ayudas, o impedimentos, y con estos mimbres, con lo que hay, uno hace su cesto lo mejor que puede. Llega un dí­a en que te mueres y has dejado un cesto pequeñito, en el que puede caber un huevo sin romperse, bonito, bien tejido, consistente. Otros, con tanto mimbre, dejan un atadijo informe, quizá grande, pero lleno de agujeros, mal trenzado, torcido, donde metes dos docenas de huevos y se vuelca y se desparraman y se rompen.
Aquí­ ando, tejiendo y destejiendo el cesto lo mejor que sé y puedo. Qué asco me doy cuando me pongo filosófico, joder, menos mal que me pasa pocas veces al lustro.

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