¿El punto G? ¡Je! ¡Me río yo del punto G! Para darle gustito a la costilla (nunca mejor dicho lo de «costilla») lo importante es tener localizado el punto R. Vaya que sí, ese sí es un punto importante y que da placer sin cuento. Y del de empezar y no saber acabar, que tiene su mérito. El punto G es, como mucho, para según qué momentos, pero ah… el punto R… ese es accesible y disfrutable a cualquier hora y de casi cualquier forma y en casi cualquier lugar. Sí, el punto R, ese olvidado punto R, ha de ser reivindicado en su justa medida por las personas que gustan de no ponerse trabas ni cortapisas a los placeres corpóreos (o somáticos, que dirían los modernos) y alzarlo a lo más alto del pódium de los misterios gozosos. Qué agradecido es, qué sencillo, plácido y a la vez gustoso. Si el punto G es al goce venéreo lo que angulas y caviar al paladar, el punto R es como el exquisito y cotidiano huevo frito. Porque una cosa es lo cotidiano y otra lo rutinario, loemos al punto R de nuestros más íntimos, sanos, y agradables intercambios de placer en pareja.
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