Los Rodeos




Treinta años se cumplen hoy, igual no recuerdo los detalles pero sí­ tengo una impresión general de la que no me olvidaré con facilidad.Yo, en esos dí­as
No recuerdo la hora, pero sí­ que estaba yo en mi oficina en la Compañí­a del Cuartel General de la Jefatura de Tropas de Tenerife, a la sazón dentro del Cuartel de Ingenieros de La Cuesta, en la isla, y enfrente de la compañí­a de Sanidad. Empezaron a correr rumores de que habí­a habido un accidente aéreo grave, poco tiempo después tocaban generala, nos reuní­an y pedí­an voluntarios para dar sangre, sobre todo de algunos tipos. Un oficial sanitario vino a mi compañí­a y me ordenó que cogiera una de nuestras camionetas, la cargara de camillas que tení­an ellos y la llevara al aeropuerto. Quizá fuera domingo y no habí­a allí­ nadie, por eso echaron mano de nosotros, y de mí­. Fuimos los primeros en llegar con camillas. El humo se veí­a y se olí­a a kilómetros, y una vez allí­ el olor era insoportable. Descargamos las camillas por allí­ como pudimos (vaya paliza nos dimos entre meterlas y sacarlas) y nos ordenaron marcharnos de inmediato para no estorbar el paso. Pese a que nos ofrecimos voluntarios para lo que fuera nos dijeron que no, gracias. Nos marchamos los tres que í­bamos en la camioneta con la impresión de haber visto «algo muy gordo», aunque apenas se podí­a ver más que algunos montones de hierros retorcidos y humo. Nos llevamos un susto mayúsculo con un ruido tremendo que oí­mos: se habí­a roto la sirga de una grúa que intentaba retirar algo. Luego vi dónde estaba el avión, a qué distancia, y cómo pedazos de metal que pesarí­an toneladas estaban a pocos pasos de la entrada del aeropuerto, donde descargamos nosotros. Al dí­a siguiente me enseñó alguien que habí­a estado allí­ recogiendo restos las fotos que habí­a hecho, espeluznantes, sobre todo de cadáveres, dijo que las iba a vender a Interviú o alguna revista así­; menos mal que no las vi publicadas, habí­a que tener mucho estómago para haberlas hecho.
Poco tiempo después, a unos cuantos nos dieron una citación en el orden del dí­a y quince dí­as de permiso extra para licenciarnos antes.
Con todo, lo que se me quedó fijado en la memoria fue la imagen del piloto, o un miembro de la tripulación que se salvó, lo llevaban sostenido entre tres personas, con el uniforme maltrecho, con los ojos idos y nunca habí­a visto ni espero ver a nadie con la cara tan blanca, tan sin sangre.

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