Relevo

Dichosos son aquellos que, amanece,
se sienten compartidos en el lecho
y excavan en las sábanas el goce
de la lisura blanda de otro cuerpo.
A estos que el día resucita en calma
y van de dos en dos por su sendero
no puede sino abrírseles las puertas,
guardarles el paraguas y el sombrero
y verles manifestar por las esquinas
el don, que a otros se niega, del misterio
antiguo viviente en los rescoldos,
de la sangre que fluye por el tiempo.
Despiertan en el lazo de los rizos,
el hueco de la sal humedecida,
las tibiedades mansas del suspiro.
Tienen raíces de árboles de carne
y tienen semilleros de jacinto
y embalsan su cabello en una arcadia
de futuros torrentes matutinos.
Los altos ventanales a que asoman
a un horizonte dan de bosque y nube
donde un clamor vibrando ya comienza,
gana sonoridad y sube y sube,
hace bailar la espiga en la llanura,
inclina al agua el junco. Hay un perfume
eléctrico de ozono y de tormenta.
El corazón es un panal que bulle.
Son jóvenes, caminan de la mano,
aún me causan asombro y maravilla
y ganas de auparles, de darles de beber
el agua fresca que mana de mi herida.
Seguid, seguid, amantes, cara al viento,
pintan las rosas y canta la gravilla,
hermosos como ciervos, inocentes,
descubriendo la tarde y su vigilia.
Qué saltos mi latido en la mirada,
qué larga la esperanza que camina
las trochas sin abrir, las nuevas sendas
que auguro en mi jornada que termina.
Qué paz aquí a la sombra de mi alero.
Qué calidez de ocaso. Qué alegría.

Tomás Galindo ©

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