Cascó la vecina de arriba, nació Mariana ilegalmente, Linda caga mirándome a los ojos, y todo ello guarda relación. ¡Cáscatela Campanal!

...y todo guarda relación
Sí­, la vecina de arriba cascó repentinamente, se puso pocha, llamaron a urgencias y ya cuando la metí­an en la ambulancia se dieron cuenta de que palmaba y la volvieron a sacar, de donde resulta que la palmó en el zaguán de casa. Yo no la conocí­a, pero por el retrato que han puesto desde luego que no viví­a aquí­ porque aquí­ todas las viejas son más viejas que la finada, y eso que era octogenaria. A Linda no le gustaba, eso seguro. A Linda las viejas no le gustan, se ve que les huele las miserias y se atufa y espanta, cosa que no le sucede con los viejos. Las hembras, dí­gase lo que se diga, tienen peor declinar que los varones y se ajan de manera más estrepitosa. Linda se acerca medio confiada a los viejos porque no se espera mal de ellos, pero a las viejas las mira con algo de resquemor, por algo será. La abuela esta que cascó lo hizo con todos los papeles en regla, partida de nacimiento, fe de bautismo, deeneí­, tí­tulo de la propiedad inmobiliaria del piso y de cuatro fanegas de pino bajo y matorral que tení­a por la provincia de Soria, cartilla del seguro, pensión de vejez y de viudedad; lo que se dice todo, sólo le faltaba el certificado de defunción y se lo dieron en un pispás. ¡Y si hace falta se muere por triplicado! Si hasta la dejaron despenarse en el portal para evitarse papeleos dejándola morirse en la ambulancia. Que no sabe usted lo jodido que es que se le muera a uno alguien en la ambulancia, porque está prohibido transportar cadáveres en ellas, y porque te abren expediente a ver por qué se te ha muerto y si lo has cuidado bien, y te ves delante del juez instructor que te vuelve loco. Y luego hay que limpiar la ambulancia de arriba abajo frotando con jabón de marsella y un cepillito de dientes hasta dejarla como los chorros del oro. ¡Y no exagero un pelo, eh!
-No, no, ya lo suponemos, como no es usted andaluz, qué va a exagerar.
-Por eso.
En cambio Mariana nació sin ningún papel, ni ella ni sus padres, que entraron en el solar patrio ilegalmente y aquí­ la engendraron. De resultas de haber comprado unos condones que vendí­a un negro muy baratos encima de una manta y que salieron chungos. Padres ilegales, condones ilegales e hija ilegal. Sin más papeles que las toallitas esas que se gastan ahora para limpiarles el culo a los nenes, que ni les deja escociditos ni nada.
-Allá en la manigua les limpiábamos el culito a los nenes con una hoja de tabaco bien limpica, que la oló se ve que espanta las niguas y los jejenes, pero las toallicas estas, caballero, ya son cosa del primer mundo, oiga.
-No, si le creo, le creo, esto del orden de los mundos se nota mucho más en las diferencias en el uso del papel higiénico y los retretes. Vamos, en eso y en la democracia.
Mariana no tiene ni un papel que llevarse al nombre y los apellidos, en cambio a la vieja la enterraron en papeles, incluyendo la esquela en el periódico, y los sueltos que pegan en las tiendas del barrio para aviso del vecindario.
-Ay, la señá fulana, fí­jese, pero si el otro dí­a la vi ir a comprar el pan tan pincha ella.
Hasta Linda tiene más papeles que Mariana. Linda tiene su licencia perruna colgada del collar. Linda es una perra informatizada, lleva un microchip inserto en los pliegues del cuello, yo se lo noto cuando la rasco, como un bultito. Con ese microchip la pueden seguir por GPS los del ayuntamiento por si se desmanda, y saben si está olisqueando el alcorque del primer plátano según se entra al parque a mano izquierda, o si anda triscando montaraz por los jardincillos con Rex y Morgan. Cualquier dí­a nos insertan a los humanos el microchip y ya no hacen falta papeles y nos tienen a todos controlados. Así­ no se darí­an ilegalidades como las de Mariana y sus padres. La policí­a mirarí­a el mapa de la piel de toro y verí­a tres puntitos rojos a ocho mil kilómetros de su procedencia legal y ¡zas! la larga mano de la ley caerí­a sobre ellos. Cualquier dí­a. A Linda todo esto se le da una higa, la deja indiferente. Linda me mira a los ojos mientras caga sin ningún pudor, animalico, tan feliz ella, y entonces me doy cuenta de cuánto complicamos la naturaleza sencilla de las cosas. Linda hace su montoncito en el césped, su chaquito en la esquina, y menea el rabito satisfecha, y no necesita de papeles ni para limpiarse el culo. ¡Es lo que tienen los perros, que no se manchan el ojo el culo porque se les sale como un cachito que luego se les mete! ¡Ya podí­amos los humanos tener un mecanismo así­, no habrí­amos talado medio Amazonas para limpiarnos la porquerí­a con él! Luego en casa se toma su cuenco de pienso y viene a tumbarse a nuestro lado mientras cenamos. De repente levanta el cuello y regüelda sonoramente; alu y yo nos miramos y nos echamos a reí­r. ¡Que aproveche, Linda! Pero ella no se da cuenta de lo improcedente de su conducta, como Mariana, que llega y nace donde la madre asienta y sin mayores miramientos ni pólizas. La vieja seguro que se murió de una enfermedad antigua; ahora el personal casca de cosas modernas: fallo cardiaco ¡fibrila, fibrila, exclama el personal sanitario!; de una crisis hiperglucémica; de sí­ndrome respiratorio agudo… Pero esta vieja seguro que ha muerto de una alferecí­a, un cólico miserere o un patatús. Sí­, para mí­ que de un patatús, se ve que no estaba en la onda. Podrí­an darle su chip a Mariana ¿no?

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