La piscina de papá


Lo cual que iba yo en el bus, poquita gente, menos mal, con una madre y una hija en los asientos de delante. La madre joven y la niña de las de dedo en la nariz y lazo rosa en la cresta, de esas que un día aprenden a hablar de sopetón y no paran ya nunca. Llueve, apenas se ve tras el cristal, pero la nena atisba un gran edificio de oficinas en una plaza por la que pasamos y entusiasmada, agarra a su madre levantándose para seguir viendo el edificio y exclamando:
-Mira, mamá, la piscina de papá.
-No, no, ahí está la oficina de papá.
-Sí, sí, la piscina de papi.
-Oficina.
-¿Oficina? ¿No es la piscina?
-No, es una oficina.
-¿Y qué es una oficina?
-Un sitio donde hay muchas mesas con señores trabajando.
-¿Entonces papá no tiene una piscina?
-No, cariño, es una oficina y ahí trabaja papá escribiendo muchos papeles.
-Oh… yo creí que tenía una piscina y que un día me iba a llevar. -Dijo la niña ya haciendo un pucherito, toda acongojada de pena-
-¡Ay mi amor!
-¡Buaaaa!
Y yo detrás poniendo cara de póquer y sin saber si partirme de risa o echarme a llorar, porque la niña desilusionada daba auténtica pena. Es lo que tienen los niños, que se desilusionan de tantas ilusiones como se hacen.
Bueno, menos la de los reyes magos ¡esa dura!

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