no todo son preguntas

no todo son preguntas, caminando
tan solo hay un vacío sosegado,
bajo las hojas pinchudas de los pinos
se celebran las acarameladas
ceremonias silentes del olvido,
a la sombra del pino no hay preguntas
la certeza que cae por su peso
cierra los ojos y abre los sentidos,
huele, se nutre, se palpita,
caen desde los cielos torbellinos
de verdad que son gotas de lluvia
que echan a cantar por los caminos,
cojo una piña en la mano, la contemplo,
la leo como si leyera un libro,
tanto futuro tienen los piñones,
tantas posibilidades, tantos siglos
de brotes que se tornan árboles,
escrito en el piñón están los signos,
como en los libros las explicaciones,
deletrean mañana con un mínimo
caudal en espirales de cadenas
que son razón, que son hito tras hito,
en el piñón, minúsculo, rotundo,
en ese huevo de árbol infinito
está la posibilidad redonda
de transportar un bosque en el bolsillo,
por eso siembro al caminar, despacio,
semillas de avellano, roble o tilo,
ay, si pudiera también sembrar las fuentes
que fueran el origen de los ríos
qué jardín no serían los desiertos,
pero sueño, soñar es un continuo
paseo por el parque del deseo,
no todo son preguntas, averiguo
que hay verdades tan tiernas y absolutas
como poner de pie, milagro, un pino.

  T. Galindo ®

Letanía de la acacia

Yo me quedé dormido
lo mismo que una acacia.
Dormir como una acacia
es dulce y divertido.
Yo me quedé dormido.
Venían las hormigas,
trepaban y me hacían
cosquillas con sus patas,
sus patas diminutas
subían y bajaban
y yo qué bien dormía.
Soñé que me peinaban
y que el peine tenía
púas como pestañas,
así de tiernamente
soñé cuando era acacia.
El sueño de los árboles es más lento que el agua,
más lento que las nubes que apenas ves que pasan.
Los árboles se duermen porque tienen la almohada
de la tierra esponjosa que es cálida y blanda.
Pasó un niño corriendo
jugando a la pelota,
una niña cantando
y saltando a la comba.
Y pasó un marinero
con un nombre en la gorra,
dos viejos compartían
la merienda a la sombra,
él le iba dando el pan,
ella abría la boca,
él la miraba tierno,
ella miraba absorta
a través de las gentes
y a través de las cosas
igual que una muñeca
queda como la pongan;
y pasó un perro solo,
y pasó una paloma,
y pasó una muchacha
con un nombre en la gorra
del brazo de un marino
más hueco que una esponja.
Los niños son un libro que ya lo hemos leído
aunque ellos no lo saben, porque aún no lo han escrito,
les vemos las estampas y nos son conocidos
los temas, las intrigas, cada uno de los giros.
La acacia da una sombra
tal que todo lo calla.
Se tienden los amantes
y no se dicen nada,
miran por los bolsillos
y no encuentran palabras.
Esos claros discursos
que en surtidor brotaban
de su pecho anhelante
no hacen ninguna falta
cuando de un labio al otro
la misma sombra salta
diciendo su caricia
todo lo que callaban.
Hay sombras que enmudecen,
otras en cambio hablan;
las sombras de los árboles
al aire de su danza
hablan con un lenguaje
directo a las entrañas.
Los perros siempre están de vacaciones
y siempre celebrando todas las ocasiones
son como una familia hasta en las discusiones,
ya querría la gente sus preocupaciones.
El viejo y su muñeca
se van hacia la plaza,
qué tierno la sujeta,
qué blanda se le agarra
como quien lleva un niño
que tan apenas anda.
El mochuelo en la torre
se despereza y baja,
hace guardia de noche,
trabaja aquí en mi rama.
Se encienden las farolas
y las fuentes se apagan.
En un rincón los novios
repiten las palabras
de ilusión y promesas
que hace siglos sonaban,
oyéndolos parece
que no inventaron nada
solo suenan distintas
las notas de su habla.
Ha llegado un silencio
poblado de cigarras,
de concilio de gatos
y sombras alargadas,
hora es de que durmamos
nuestro sueño de acacias.

   T.Galindo ®

apriétame la mano

apriétame la mano, yo te dije,
volvías de la vida y de la noche
desasida, flotante, ennubecida,
como carreta que va perdiendo carga
dejando atrás un rastro de minutos,
pesando cada vez un poco menos,
y en esa levedad que da al vacío
al absoluto cero de los astros,
te disolvías como un azucarillo,
apriétame la mano, te ofrecía,
súbete al tren en marcha decidida,
nunca más esperar en los andenes
bajo un reloj parado contemplando
cómo los besos son siempre despedida,
y llorar y llorar y los adioses,
no poder comenzar porque no acabas
nunca de abandonar los equipajes,
la impedimenta, fotos, los diarios,
apriétame la mano, deja el luto,
las lágrimas en los escaparates,
los paquetes de cartas, las promesas,
las flores secas en los libros mudos,
los muertos en su armario, las banderas
que nunca mueve el viento en la derrota,
apriétame la mano, esta que lleva
tu colorido pañuelo en la muñeca
para no parecer un clavo ardiendo

    T. Galindo ®

Canción de amor a un plátano de ciudad

Urbanos como yo, los plataneros,
cuyo fruto es la sombra y los gorriones,
desfilan mayestáticos, serenos,
por entre la vorágine de coches.
Parece que están presos, pero no,
sin poder escaparse de su alcorque,
esa suerte de cárcel de los árboles
que consigue convertir a nuestras calles
en antónimo triste de los bosques.
Mas no, los plataneros no están presos
que por la noche los plataneros corren,
bailan, se citan en las plazas
se dan la rama como el brazo, se oye
un aleteo apenas de murciélago
que es toque de silencio, y a ese toque
saltan y vuelan y caminan
y danzan sin parar toda la noche.
Cuando amanece, ya se van parando,
donde puede cada uno ya se duerme,
nunca nos damos cuenta que cambiaron
de un sitio a otro mágicamente,
y eso es porque no tiene nombre
cada cual, que no se esconden.
El mío sí, se llama Margarita,
puede no parecer muy pertinente
poner nombre de flor a un árbol grande,
pero le gusta, me lo dijo un día
que entró por mi balcón su rama verde
y me dejó de regalo un pica-pica
simpática bolita de juguete.
Bolas de platanero, perdigones
de jugar a vaqueros y a piratas,
inocua munición, ojalá fueran
las balas de verdad así de blandas.
Con cariño de chucho o de paloma,
amo a los plataneros locamente,
me fascina su piel impresionista
jirafa de madera que imponente
se asoma a mi ventana y me depara
cada día un cuadro diferente.
Yo sí que los distingo, el de la plaza
suele ir a beber donde la fuente,
el de la fuente, en cambio va a la iglesia,
le gusta conversar con los cipreses.
No son iguales no, fijaos bien,
los árboles urbanos se parecen
como nos parecemos las personas
pero iguales no, son diferentes,
los hay alegres con mirlos o estorninos,
los hay tristes, podados con muñones,
hasta los hay enamorados que te enseñan
un par de entrelazados corazones,
o le tapan los ojos al semáforo,
o les gusta jugar con los faroles
a hacer sombras chinescas en las tapias
y asustar a las viejas con el roce
del viento silbando entre las ramas.
Amo a los álamos, los robles y los tilos
los arces, robinias y las hayas,
pero lo mío con el plátano es tan bello
que me da por cantarle «Algo contigo».

   T. Galindo ®

El sueño es vida

Hay en el sueño la chispa de esperanza,
el olor a posible. Ese sueño candente
que traza futuros y acerca fortunas,
el que atrae deseados iconos, tótems
del imaginario colectivo a tu alcance,
metas inalcanzables alcanzadas, sobrepasadas,
sobrevoladas, dejadas allá abajo vistas
tan pequeñas desde la nube de lo onírico.
Y todo con el marchamo de la realidad, el albur.
Cierras los ojos y caminas por un mundo irreal,
solo tuyo, con esa puerta que cierras
cuando cierras los ojos y la ventana abierta
al espacio sideral de lo escogido,
fabricado por el pensamiento, lo subjetivo
hecho colores, caras, situaciones.
Es el sueño. Es la vida, la otra vida
que lleva cada cual y no conoce nadie.
El sueño es vida ¿quién dice que menor,
quién dice que los juegos infantiles,
quién que evitar la adicción a lo onírico?
Tanto ha nacido del sueño, tanta verdad,
tanta gloria. Del sueño brotaron manantiales,
del sueño llovieron maravillas, del sueño
figuras de humo se hicieron realidad
y el mundo primero se soñó redondo y era plano
y la persona se soñó cuando era cosa y pertenencia
y la cadena rota y las piedras pared
y se soñaron hechos las palabras.
Es el sueño tractor de mil vagones
de ese tren que siempre va al oeste
a descubrir las tierras y los mares
y deshacer fronteras, vallas, límites.
Es un tren de juguete para el niño
que gusta regalar a los mayores, ponerle pinos,
piedras, estaciones, un paisaje de imagen inventada.
Es el sueño del niño que se mueve
o es el sueño del niño el que lo mueve,
suéñase grande, hombre y mujer como una estatua
que miras desde abajo con asombro.
Por eso cuando llega ese momento
en que despojas al sueño de esperanza
y lo conviertes en droga aletargante
y la luz se marchita y no es posible
otra vez volar sobre las nubes y no,
no puedes volver a inventar besos,
a gozar los amores ideales, a esperar
con ninguna ilusión las explosiones,
los brincos del corazón, lo palpitante
que te cobraba vida y te la daba
en la escondida casa de lo íntimo,
cuando ese momento llega, mejor, digo,
empezar a morir mirando al cielo.

   T. Galindo ®

Palabras a la espalda

Las palabras las llevamos en una mochila,
esa mochila que echamos a la espalda y no ve nadie,
solo nosotros,
sobada, algo deshilachada, informe
y amoldada a los hombros, a la curva de la espalda.
Y pesa.
Ahí, ahí llevamos las palabras.
Surge la necesidad de pronunciarse y echamos mano,
a veces impetuosamente, a veces sin mirar,
un tanto al desgaire
y sacamos un elogio o un denuesto, según convenga.
Algunos las tienen muy bien ordenadas
y es maravilla con qué oportuna precisión las ponen sobre la mesa.
Otros las derraman de cualquier manera
dejando que salpiquen en los charcos
y enloden a quien tengan delante.
Yo estoy aprendiendo.
Ayer quise decir amor y saqué una flor.
No estuvo mal del todo, el gesto fue apreciado,
pero la flor era una margarita
¡con esa fama de dubitativas que tienen!
Debió ser una rosa.
Una rosa roja.
Quise decir sí y saqué un depende.
Quise saludar y saqué un dios le guarde.
Ay, las palabras, qué bien si uno pudiera
tenerlas en la boca como la lengua o los dientes
y no llevarlas en un costal a la espalda
para, cuando hiciera falta, escupirlas o besarlas
o beberlas con el amigo.
Si pudieran manar como una fuente las palabras
y fueran de cristal, de cristal transparente
que dejaran ver su contenido precioso
encerrando los pensamientos
y haciéndolos brillar saliendo a la luz.
Qué prodigioso entendimiento sobrevendría.
Pero llevamos las palabras a la espalda
siempre después de nuestros pasos,
siempre para volvernos y tantear
y ver que ya hemos vuelto a sacar un después
buscando un ahora.

   T. Galindo ®