Sí, es eso, estoy seguro, es el animal que hay en mí el que me impulsa a hacer todo esto. Yo nunca había tenido esas inclinaciones, era una persona apenas sociable, trataba con poca gente y de forma aséptica, no veía en todas esas personas lo que ahora veo, seres indefensos, solitarios, a los que nadie o casi nadie presta atención. Pero yo sí, yo ahora los veo, me fijo en ellos, los selecciono.
La primera vez fue hace ya unos años. Fue un ciego. Un ciego que estaba dando golpecitos con el bastón en el bordillo de la acera para cruzar, se ve que no conocía la zona bien, pero yo sí, yo estaba en mi territorio. Me pareció curioso que pese a ser ciego parecía como si mirase a un lado y otro buscando a alguien que le ayudara, en aquella calle vacía, al caer la noche en un mes de agosto que había deshabitado la ciudad. Lo vi, y me fui acercando a él. Creo que me oyó mucho antes de que estuviera a su lado…
Sentí una extraña satisfacción al acabar y me prometí a mí mismo que volvería a dármela a la menor oportunidad. El animal que hay en mí había empezado a actuar.
Sólo fue el primero de una serie que se prolonga hasta ahora mismo. Luego ha habido la viejecita a la que hay que abrir la puerta del zaguán porque pesa mucho y no puede entrar a su casa con la bolsa de la compra. Y entonces aparezco yo, amable, abriéndosela… Está el niño pequeño al que se le cae la pelotita y no la encuentra, escondida en los arbustos espesos de aquel rincón del parque, y yo entro en medio de ese ramaje y la localizo, y se la tiendo en mi mano abierta: «-Toma, niño, toma… tu pelotita…» El animal que hay en mí es quien me impulsa, quien me hace saltar a por la dichosa pelotita y meterme en aquella suciedad donde no llegan los barrenderos… la pelotita le hace feliz por un momento… La muchacha aquella bajo la lluvia haciendo autoestop, tan jovencita, tan inocente. Había salido con las amigas y perdido el autobús, sus padres la castigarían si no llegaba a casa a la hora. Se le notaba que había estado de botellón. ¿Cómo las dejan solas, tan jóvenes, tan indefensas, por esas calles? Yo le sonreí, le abrí la puerta de mi coche, le dije que no se preocupara…
Sí, es el animal que llevo dentro el que me cambió. Yo antes no era así, de verdad. El animal que hay en mí es quien me hace ser así: amable, solícito, atento. Ahora me gusta ayudar a la gente, darles cariño, como lo hacía Linda, cúanto me acuerdo de ella, la perrita más cariñosa que ha habido, la que venía síempre a mi lado, me lamía la mano, movía la colita alegre. La que era un saquito de sueños. Sí, desde entonces tengo algo de animal, cuido de los míos, les atiendo, les ayudo sin esperar sino la satisfacción de poder hacerlo, quizá de un gracias o una sonrisa. Yo antes pasaba de la gente, pero el tener perro me cambió, me impregné de todo ese afecto que saben dar los animales, a cambio de nada.
El animal que hay en mí me ha hecho mejor.
Categoría: Contando
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