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Sujetos perdidos

He encontrado un hombre perdido en la calle,
lo llevo a la oficina de sujetos perdidos.
Creí que se trataba de algo extraordinario
y no. Hay muchos. A este lo han puesto
en la estantería de recientes,
se ve que conforme pasa el tiempo
es más difícil que los recuperen
y los van echando para atrás.
Hay una para jubilados con petanca,
está la de abuelas cuyos nietos crecieron,
otra de padres de familia que, por lo visto,
no reconocen a su familia cuando se sientan a comer,
o la de madres arrepentidas.
Este hombre solo soltaba alguna lagrimita,
se le ve discreto y limpio y con corbata.
Nunca he entendido cómo la gente
puede dejarse personas así olvidadas en mitad de la calle
¡otros para sí los quisieran!
Estaba prácticamente a estrenar.
¿Sabes que te dan un recibo?

T. Galindo ©

El regalo de navidad del señor Paco

(o «Scroodge rides again»)

Estaba el señor Paco el del colmado,
-Hijos de A. García. Ultramarinos.
Olivas de Aragón. Licores finos –
cual Vulcano en su fragua retratado.
Quiero decir que no desentonaba
la tal figura para el tal paisaje;
como un juego de piezas para encaje
su figura en su lámina encajaba.
Su tienda conocía quien le viera,
pues llevaba en su cara el distintivo
entre buitre y ratón, servil y altivo,
de la estirpe añeja del hortera.
Y el que en la tienda entraba, presumía,
viendo el zoco moruno donde estaba,
que tras el mostrador le vigilaba
o un hijo de Babel, o de A. García.
Ejercía su labor de dependiente
en mitad de la calle Mayor mismo,
aunque llamarla mayor era eufemismo,
le decían la calle solamente.
Pared con pared con el ayuntamiento
tenía enfrente, gran desgracia,
juntitas a la iglesia y la farmacia;
detrás, el campanario del convento;
a la izquierda está la barbería;
a un paso el carbón, la tasca, el pan,
la estafeta, y en su propio zaguán,
el ciego vendedor de lotería.
Hay una fecha en piedra que atestigua
que, si la casa no es del pleistoceno,
no datará de muchos años menos,
mas da impresión de vieja, antes que antigua.
Al entrar, si lo haces sin cuidado,
puede que te acierte en plena cresta
una ristra de ajos allí puesta